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La Educación Cristiana
deben estudiarla. Y luego, los padres deben cuidar de que a esto se
añada la higiene práctica.
Debe hacerse comprender a los niños que todo órgano del cuerpo
y toda facultad de la mente son dones de un Dios bueno y sabio, y
que cada uno de ellos debe ser usado para su gloria. Debe insistirse
en los debidos hábitos respecto al comer, al beber y al vestir. Los
malos hábitos hacen a los jóvenes menos susceptibles a la instrucción
bíblica. Los niños deben ser protegidos contra la complacencia del
apetito, y especialmente contra el uso de estimulantes y narcóticos.
Las mesas de los padres cristianos no deben cargarse con alimentos
que contengan condimentos y especias.
Pocos son los jóvenes que tienen un conocimiento definido de los
misterios de la vida. El estudio del maravilloso organismo humano,
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la relación de dependencia de todas sus partes complicadas, es un
estudio en el cual la mayoría de las madres tiene poco o ningún
interés. No comprenden la influencia del cuerpo sobre la mente, y
de la mente sobre el cuerpo. Se ocupan en trivialidades inútiles, y
luego arguyen que no tienen tiempo para obtener la información
que necesitan para cuidar debidamente de la salud de sus hijos. Es
menos molestia confiarlos a los médicos. Miles de niños mueren por
ignorancia de los padres acerca de las leyes de la higiene.
Si los padres mismos quisieran obtener conocimientos sobre el
asunto, y sentir la importancia de ponerlos en práctica, veríamos un
mejor estado de cosas. Enseñad a vuestros hijos a razonar de causa a
efecto. Mostradles que si violan las leyes de su ser, tendrán que pagar
la penalidad en sufrimiento. Si no podéis ver progresos tan rápidos
como deseáis, no los desalentéis, sino instruidlos pacientemente, y
seguid adelante hasta ganar la victoria. La temeridad en relación con
la salud corporal tiende a producir temeridad en las cosas morales.
No descuidéis de enseñar a vuestros hijos cómo preparar alimen-
tos sanos. Al darles estas lecciones de fisiología y de buena cocina,
les enseñáis los primeros pasos en algunas de las ramas más útiles de
la educación, y les inculcáis principios que son elementos necesarios
en su vida religiosa.
Enseñad a vuestros hijos desde la cuna a practicar la abnegación
y el dominio propio. Enseñadles a disfrutar de las bellezas de la
naturaleza, y a ejercitar en un empleo útil todas las facultades de la
mente y del cuerpo. Criadlos de tal manera que tengan constituciones