Página 132 - La Educaci

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Capítulo 17—La obra que debe hacerse por
nuestros hijos
Me han sido mostradas las iglesias que están esparcidas en diferen-
tes localidades, y se me ha indicado que su fuerza depende de su
crecimiento en utilidad y eficiencia. ... En todas nuestras iglesias
debiera haber escuelas, y en éstas, maestros que sean misioneros. Es
esencial que éstos estén preparados para desempeñar bien su parte
en la obra importante de educar a los hijos de los observadores del
sábado, no sólo en las ciencias, sino en las Escrituras. Estas escue-
las, establecidas en diferentes localidades, y bajo la dirección de
hombres y mujeres temerosos de Dios, según lo exija el caso, deben
fundarse sobre los mismos principios en que estaban edificadas las
escuelas de los profetas.
Es menester dedicar cuidado especial a la educación de los jóve-
nes. Los niños han de ser preparados para llegar a ser misioneros;
debe ayudárseles a comprender distintamente lo que tienen que ha-
cer para ser salvos. Pocos han recibido la instrucción esencial en
las cosas religiosas. Si los instructores tienen experiencia religiosa,
podrán comunicar a sus alumnos el conocimiento del amor de Dios
que ellos mismos han recibido. Estas lecciones pueden ser imparti-
das únicamente por los que son verdaderamente convertidos. Esta es
la obra misionera más noble que cualquier hombre o mujer pueda
emprender.
Cuando los niños son aún muy tiernos, se les debe enseñar a
leer, a escribir, a comprender los Números, y a llevar sus propias
cuentas. Pueden avanzar paso a paso en este conocimiento. Pero
ante todo, debe enseñárseles que el temor de Jehová es el principio
de la sabiduría. Debe educárselos renglón tras renglón, precepto
tras precepto, un poco aquí y un poco allí; pero el único blanco del
maestro debe ser educarlos para que conozcan a Dios, y a Jesucristo
a quien él envió.
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Enseñad a los jóvenes que el pecado de cualquier clase está
definido en las Escrituras como “transgresión de la ley”.
1 Juan 3:4
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