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La educación en el hogar
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No es necesario precisar aquí cómo se haya de practicar la eco-
nomía en todos sus detalles. Aquellos cuyos corazones estén com-
pletamente rendidos a Dios y que tomen su Palabra como guía,
sabrán cómo conducirse en todos los deberes de la vida. Aprende-
rán de Jesús, que es manso y humilde de corazón, y al cultivar la
mansedumbre de Cristo, cerrarán la puerta a innúmeras tentaciones.
No se lo pasarán estudiando cómo satisfacer el apetito y la pa-
sión de ostentación, en tanto que muchísimos ni siquiera pueden
ahuyentar el hambre de sus puertas. El total gastado diariamente en
cosas superfluas con la idea de que “son sólo cinco centavos” o “son
sólo diez centavos”, parece muy pequeño; pero multiplicad estas
insignificancias por los días del año, y a medida que los años pasen,
la cifra alcanzada parecerá casi increíble.
El Señor se ha complacido en presentar ante mí los males resul-
tantes de los hábitos de derroche, a fin de que pueda amonestar a los
padres para que enseñen a sus hijos estricta economía. Enseñadles
que el uso del dinero gastado en lo que no necesitan queda desviado
del empleo que le corresponde. El que es infiel en lo poco, lo sería
también en lo mucho. Si los hombres son infieles en los bienes
terrenales, no se les pueden confiar riquezas eternas. Poned guardia
a vuestro apetito; enseñad a vuestros hijos por el ejemplo, lo mismo
que por precepto, a hacer uso de una dieta sencilla. Enseñadles a
ser laboriosos, a no estar meramente ocupados sino empeñados en
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trabajo provechoso. Tratad de despertar sus sensibilidades morales.
Enseñadles que Dios tiene derechos sobre ellos, empezando aun des-
de los primeros años de su infancia. Decidles que hay corrupciones
morales que afrontar por todos lados; que necesitan acudir a Jesús y
entregarse a él en cuerpo y espíritu, y que en él encontrarán fuerza
para resistir a toda tentación. Recordadles que no fueron creados
meramente para complacerse a sí mismos, sino para ser instrumen-
tos con que llevar a cabo nobles propósitos. Enseñadles, cuando las
tentaciones los inducen a seguir sendas de egoísta complacencia,
cuando Satanás trata de ocultar a Dios de su vista, que miren a Jesús
y digan: “Sálvame, oh Jehová, para que no sea vencido”. Los ángeles
se pondrán a su alrededor en respuesta a sus oraciones y los guiarán
a seguras sendas.
Cristo no oró porque sus discípulos fuesen quitados del mundo
sino para que fuesen guardados del mal, esto es, guardados de ceder