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La educación en el hogar
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Consagren los padres las noches a su familia. Dejen los cuidados
y perplejidades con los trabajos del día. El esposo y padre ganaría
mucho si tomara por regla no turbar la felicidad de su familia lle-
vando al hogar las desazones de los negocios para producir roces y
preocupaciones. Puede que necesite el consejo de su esposa en los
asuntos difíciles, y ambos podrían obtener alivio en sus perplejida-
des con buscar juntamente sabiduría de Dios; pero eso de mantener
la mente en tensión constante por asuntos de negocios, perjudicará
la salud, así de la mente como del cuerpo.
Pásense las noches tan alegremente como sea posible. Sea el
hogar un lugar donde existan la alegría, la cortesía y el amor. Esto
lo hará atractivo a los niños. Si los padres se cargan de disgustos
y desazones, son iracundos y criticones, los niños participan del
mismo espíritu de descontento y contención, y el hogar resulta el sitio
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más miserable del mundo. Los niños encuentran más placer entre
extraños, en compañías descuidadas o en la calle, que en el hogar.
Todo esto podría evitarse si se practicara la templanza en todas las
cosas y se cultivara la paciencia. El dominio propio de parte de todos
los miembros de la familia, hará del hogar casi un paraíso. Haced
vuestras habitaciones tan placenteras como sea posible. Encuentren
los niños que el hogar es el sitio más atrayente de la tierra. Rodeadlos
de influencias que los aparten de buscar las compañías callejeras
y que les hagan pensar en los antros del vicio sólo con horror. Si
la vida del hogar fuese lo que debiera ser, los hábitos que en él
se formaran serían una poderosa defensa contra los ataques de la
tentación cuando los jóvenes tuvieran que abandonar el amparo del
hogar para ir al mundo.
¿Construimos nuestras casas para la felicidad de la familia o me-
ramente por ostentación? ¿Proporcionamos a nuestros hijos habita-
ciones agradables y asoleadas, o las mantenemos oscuras y cerradas,
reservándolas para extraños, cuya felicidad no depende de noso-
tros? No hay obra más noble que podamos hacer, beneficio mayor
que conferir a la sociedad, que dar a nuestros niños una educación
adecuada, grabando en ellos, por precepto y ejemplo, el importante
principio de que la pureza de vida y la sinceridad de propósito los
preparará mejor para desempeñar su parte en el mundo.
Nuestras costumbres artificiales nos privan de muchos privilegios
y de muchos goces y nos inhabilitan para lo útil. Una vida a la moda