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              La Educación Cristiana
            
            
              es una vida dura e ingrata. ¡Cuántas veces se sacrifican el tiempo,
            
            
              el dinero y la salud, se somete a penosa prueba la paciencia y se
            
            
              pierde el dominio propio, sólo por causa de la ostentación! Si los
            
            
              padres quisieran atenerse a la sencillez, no dándose a gastos para
            
            
              la satisfacción de la vanidad, y para seguir la moda; si quisieran
            
            
              mantener una noble independencia en lo recto, sin dejarse llevar por
            
            
              la influencia de aquellos que siendo profesos cristianos se niegan a
            
            
              levantar la cruz de la abnegación, darían a sus hijos, mediante este
            
            
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              mismo ejemplo, una educación inestimable. Los niños llegarían a
            
            
              ser hombres y mujeres de valía moral y, a su vez, tendrían valor para
            
            
              mantenerse denodadamente por lo recto, aun contra la corriente de
            
            
              la moda y la opinión popular.
            
            
              Cada acto de los padres repercute en el futuro de los hijos. Al
            
            
              consagrar tiempo y dinero al adorno exterior y a la complacencia
            
            
              de un apetito pervertido, están fomentando en los hijos la vanidad,
            
            
              el egoísmo y la concupiscencia. Las madres se quejan de estar tan
            
            
              cargadas de cuidados y trabajos que no pueden darse tiempo para
            
            
              enseñar pacientemente a sus pequeñuelos y dolerse con ellos en sus
            
            
              chascos y pruebas. Los corazones juveniles desean vivamente la
            
            
              simpatía y la ternura, y si no las obtienen de los padres, las buscarán
            
            
              en fuentes que pongan en peligro la mente y las costumbres. He
            
            
              oído a madres negar a sus hijos algún placer inocente, por falta de
            
            
              tiempo y reflexión, mientras sus atareadas manos y fatigados ojos
            
            
              se ocupaban diligentemente con alguna inútil pieza de adorno, algo
            
            
              que tan sólo serviría para alentar la vanidad y la extravagancia en
            
            
              los niños. “Árbol que crece torcido, nunca su tronco endereza”. A
            
            
              medida que los niños se aproximan a la pubertad, esas lecciones
            
            
              producen fruto de orgullo y falta de valor moral. Los padres deploran
            
            
              las faltas de sus hijos, pero no ven que están recolectando la cosecha
            
            
              de la semilla que ellos mismos sembraron.
            
            
              Padres cristianos, asumid la responsabilidad de vuestra vida y
            
            
              pensad sinceramente en las sagradas obligaciones que descansan
            
            
              sobre vosotros. Haced de la Palabra de Dios vuestra norma en lugar
            
            
              de seguir las modas y costumbres del mundo, la concupiscencia de
            
            
              los ojos y la soberbia de la vida. La felicidad futura de vuestras
            
            
              familias y el bienestar de la sociedad dependen mayormente de la
            
            
              educación física y moral que vuestros hijos reciban en los primeros
            
            
              años de su existencia. Si sus gustos y hábitos son tan sencillos