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La educación en el hogar
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en todo como debieran ser; si su vestido es decente, sin adorno
adicional, las madres tendrán tiempo para hacer felices a sus hijos y
enseñarles cariñosa obediencia.
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No mandéis a vuestros pequeñuelos demasiado pronto a la es-
cuela. La madre debiera ser cuidadosa al confiar el modelado de
la mente del niño a manos ajenas. Los padres tendrían que ser los
mejores maestros de sus hijos hasta que éstos hayan llegado a la
edad de ocho o diez años. Su sala de clase debiera ser el aire libre,
entre las flores y los pájaros, y su libro de texto, el tesoro de la natu-
raleza. Tan pronto como sus inteligencias puedan comprenderlo, los
padres debieran abrir ante ellos el gran libro divino de la naturaleza.
Estas lecciones, dadas en tal ambiente, no se olvidarán prestamente.
Grande solicitud debiera tenerse para preparar el terreno del corazón,
para que el Sembrador esparza la buena simiente. Si la mitad del
tiempo y del trabajo que es ahora más que perdido en ir tras las
modas del mundo, se consagrase al cultivo de la inteligencia de los
niños y a la formación de hábitos correctos, se manifestaría en las
familias un señalado cambio.
No hace mucho oí a una madre decir que le agradaba ver una
casa construida con acierto, y que los defectos en la disposición y
las fallas en el retoque final de la obra de carpintería, le causaban
fastidio. No condeno su gusto delicado; pero mientras la escuchaba,
lamentaba que no hubiese podido introducirse esta misma delicadeza
en sus métodos de gobernar a los niños. Estos eran edificios de cuya
construcción ella era responsable; no obstante, las maneras ásperas
y descorteses de esos niños, su temperamento iracundo y egoísta y
su voluntad sin gobierno, eran dolorosamente manifiestos para otros.
Eran, en efecto, caracteres disformes, seres humanos inadaptados.
Sin embargo, la madre era ciega a todo ello. La disposición de su
casa era para ella de más importancia que la simetría del carácter de
sus hijos.
La limpieza y el orden son deberes cristianos. Sin embargo, aun
estas cosas podrían llevarse demasiado lejos y hacer de ellas lo esen-
cial, al paso que se descuidasen los asuntos de mayor importancia.
Aquellos que descuidan los intereses de los hijos por estas conside-
raciones, están diezmando la menta y el comino, en tanto que dejan
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lo más grave de la ley, a saber, la justicia, la misericordia y el amor
de Dios.