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La Educación Cristiana
Los niños más consentidos llegan a ser voluntariosos, iracun-
dos y desagradables. ¡Ojalá que los padres se dieran cuenta de que
tanto su felicidad como la de sus hijos dependen de una disciplina
sensata y temprana! ¿Quiénes son estos pequeñuelos confiados a
nuestro cuidado? Son los miembros más jóvenes de la familia del
Señor. El dice: “Toma este hijo, esta hija; críalos para mí y prepá-
ralos para que sean ‘como esquinas labradas a manera de las de
un palacio’ de modo que resplandezcan en los atrios del Señor”.
¡Obra preciosa! ¡Importante obra! Y sin embargo, vemos madres
que suspiran por un campo más vasto de trabajo, por alguna obra
misionera que hacer. Si tan sólo pudieran ir al Africa o a la India,
creerían estar haciendo algo. Pero el hacerse cargo de los pequeños
deberes diarios de la vida y cumplirlos fiel y perseverantemente,
les parece cosa sin importancia. ¿Cuál es la causa de esto? ¿No
es con frecuencia debido a que la labor de la madre se aprecia tan
poco? Ella tiene mil cuidados y responsabilidades de que el padre
pocas veces tiene conocimiento. Demasiado a menudo éste vuelve
al hogar trayendo las inquietudes y perplejidades de sus negocios,
que proyectan su sombra en la familia, y si no encuentra todo a su
gusto en el hogar, da expresión a sentimientos de impaciencia y de
censura. Puede que se vanagloríe de lo que ha logrado durante el
día; pero a su manera de ver, el trabajo de la madre vale muy poco,
o a lo menos no lo estima. Para él, las preocupaciones de aquélla
parecen insignificantes. Ella no tiene que hacer más que cocinar,
cuidar los niños, a veces bastante numerosos, y mantener la casa en
orden. Durante todo el día ha tratado de hacer andar suavemente
la maquinaria doméstica. Ha tratado, aunque cansada y perpleja,
de hablar bondadosa y alegremente, de enseñar a los niños y de
mantenerlos en el camino recto. Todo esto le ha costado esfuerzo y
mucha paciencia. Ella no puede, a su vez, vanagloriarse de lo que
ha hecho. Parécele como si no hubiese hecho nada. Pero no es así.
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Aunque los resultados de su trabajo no son visibles, hay ángeles de
Dios que observan a la afanada madre y anotan las cargas que lleva
de día en día. Su nombre puede no aparecer jamás en los anales de
la historia o recibir la honra y el aplauso del mundo, como podría
suceder con el del esposo y padre; pero en el libro de Dios queda
inmortalizado. Está haciendo lo que puede y su puesto a la vista de
Dios es más elevado que el del monarca que se sienta en su trono,