Página 155 - La Educaci

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La primera escuela del niño
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Cuándo y cómo castigar
La madre puede preguntarse: “¿No habré de castigar nunca a mi
hijo?” Puede ser que los azotes sean necesarios cuando los demás
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recursos fracasen; sin embargo, ella no debe usar la vara si es posible
evitarlo. Pero si las correcciones más benignas resultan insuficientes,
el castigo para hacer volver al niño en sí debe ser administrado con
amor. Frecuentemente una sola corrección de esta naturaleza bastará
para toda la vida, pues demostrará al niño que él no tiene en sus
manos las riendas del dominio.
Y cuando este paso llega a ser necesario, se le debe inculcar
seriamente al niño el pensamiento de que se le administra el castigo
no para la satisfacción de los padres ni como acto de arbitraria
autoridad, sino para su propio beneficio. Debe enseñársele que todo
defecto no corregido le ocasionará desgracia, y desagradará a Dios.
Bajo esa disciplina, los niños hallarán su mayor felicidad en someter
su voluntad a la voluntad de su Padre celestial.
A veces hacemos más para provocar que para ganar. He visto a
una madre arrebatar de la mano de su hijo algo que le ocasionaba
placer especial. El niño no veía la razón de ello, y naturalmente se
sintió maltratado. Luego siguió un altercado entre ambos, y un vivo
castigo puso fin a la escena, por lo menos aparentemente; pero esta
batalla dejó en la mente tierna una impresión que no se iba a borrar
fácilmente. Esa madre actuó imprudentemente. No razonó de causa
a efecto. Su acción dura, poco juiciosa, despertó las peores pasiones
en el corazón de su hijo, y en toda ocasión similar esas pasiones se
iban a reactivar y fortalecer.
¿Pensáis que Dios no se fija en la manera en que tales niños son
corregidos? El lo ve, y sabe cuáles podrían haber sido los bienaven-
turados resultados de la obra de corrección hecha de una manera que
hubiese conquistado en lugar de repeler.
No corrijáis nunca a vuestros hijos si estáis airados. Un arrebato
vuestro no curará el mal genio de vuestro hijo. De todos, éste es el
momento en que debéis actuar con humildad, paciencia y oración.
Es el momento de arrodillarse con los niños y pedir perdón al Señor.
Si sois padres cristianos, antes de ocasionar dolor físico a vuestro
hijo, revelaréis el amor que tenéis para con vuestros pequeñuelos
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que yerran. Mientras os postráis delante de Dios con vuestro hijo