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La Educación Cristiana
mos días. Su mente se halla preocupada con intereses subalternos
y pierden la bendita oportunidad de llevar el yugo con Cristo y ser
obreros juntamente con Dios.
El llamado árbol de la ciencia, se ha convertido en un instrumento
de muerte. Satanás se ha entretejido artificiosamente, juntamente
con sus dogmas y falsas teorías, en la instrucción impartida. Desde
el árbol de la ciencia emite las lisonjas más agradables respecto a
la educación superior. Millares participan del fruto de este árbol;
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mas ese fruto significa muerte para ellos. Cristo les dice: “Gastáis el
dinero en lo que no es pan. Estáis empleando los talentos que Dios
os ha confiado en la obtención de una educación que Dios considera
como locura”.
Satanás está tratando de conseguir toda ventaja. Desea conquis-
tarse no sólo a los alumnos, sino también a los maestros. Ha trazado
sus planes. Disfrazado de ángel de luz, recorrerá la tierra como un
taumaturgo. Con bello lenguaje presentará sentimientos sublimes.
Hablará palabras buenas y ejecutará buenos actos. Personificará
a Cristo; pero en un punto habrá una diferencia notable. Satanás
apartará a la gente de la ley de Dios. Sin embargo, imitará tan bien
la justicia que, si posible fuese, engañaría a los mismos escogidos.
Testas coronadas, presidentes, gobernadores de altos puestos, se in-
clinarán ante sus falsas teorías. En vez de dar lugar a la crítica, a
las divisiones, a los celos, a la rivalidad, los que están en nuestras
escuelas deberían ser una cosa en Cristo. Solamente así pueden
resistir a las tentaciones del archiengañador.
El tiempo pasa y Dios pide que cada centinela esté en su puesto.
El ha tenido a bien conducirnos a una crisis mayor que cualquiera de
las que se hayan presentado desde el primer advenimiento de nuestro
Salvador. ¿Qué haremos? El Espíritu Santo de Dios nos ha dicho
lo que debemos hacer; con todo, así como los judíos del tiempo
de Cristo desecharon la luz y escogieron las tinieblas, del mismo
modo el mundo religioso desechará el mensaje para este tiempo.
Los hombres que profesan piedad han menospreciado a Cristo en la
persona de sus mensajeros. Como los judíos, rechazan el mensaje de
Dios. Los judíos preguntaron con respecto a Cristo: “¿Quién es éste?
¿No es el hijo de José?” El no era el Cristo que los judíos habían
esperado. Del mismo modo hoy día, los agentes que Dios envía no
son los que los hombres han esperado. Pero el Señor no preguntará