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La Educación Cristiana
nuestros alumnos que estudien libros que dan expresión a sentimien-
tos paganos y ateos, para que sean inteligentes? Satanás tiene sus
agentes, educados según sus métodos, inspirados por su espíritu y
adaptados a sus obras; pero, ¿vamos nosotros a cooperar con ellos?
¿Recomendaremos como cristianos las obras de sus agentes como
cosa valiosa y hasta esencial para una buena educación?
El mismo Señor ha dado a entender que debieran establecerse
colegios entre nosotros con el fin de poder adquirir verdadero co-
nocimiento. Ningún docente de nuestros colegios debiera sugerir la
idea de que, para tener la debida preparación, es esencial el estudio
de textos que den expresión a sentimientos paganos y ateos. Los
estudiantes que son educados de esa manera no son competentes
para llegar a ser, a su vez, educadores pues están llenos de los sutiles
sofismas del enemigo. El estudio de obras que de algún modo ex-
presan sentimientos de ateísmo es como manipular negros carbones,
pues no puede mantener impoluta la mente el hombre que piensa
conforme a las ideas del escepticismo. Al recurrir a tales fuentes en
procura de conocimientos, ¿no nos estamos apartando de las nieves
del Líbano para beber las turbias aguas del valle?
Los hombres que se apartan del conocimiento de Dios han puesto
su mente bajo el gobierno de Satanás, su amo, y éste los prepara para
que sean sus servidores. Cuanto menos se pongan ante los jóvenes
obras que expongan ideas de ateísmo, tanto mejor. Los malos ángeles
están siempre alerta para enaltecer ante las inteligencias juveniles
aquello que les cause daño y, a medida que se leen los libros que
expresan sentimientos paganos y ateos, estos invisibles agentes del
mal procuran infundir en sus lectores el espíritu de desconfianza
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e incredulidad. Los que beben de estos canales contaminados no
sienten sed de las aguas de vida, pues están satisfechos con las
cisternas rotas del mundo. Creen tener los tesoros del saber y no
están amontonando más que madera, heno y hojarasca, las cuales
no vale la pena ni adquirir ni conservar. Su concepto de sí mismos y
su idea de que un conocimiento superficial de las cosas constituye
educación, los hace jactanciosos y satisfechos de sí mismos, cuando
no son, como los fariseos, sino ignorantes de las Escrituras y del
poder de Dios.
¡Oh, que nuestra juventud quiera atesorar la ciencia imperecede-
ra para poder llevar consigo a la vida inmortal futura el saber que