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La Educación Cristiana
Se ha dicho con verdad: “Dime con quién andas, y te diré quién
eres”. Los jóvenes no comprenden cuán sensiblemente quedan afec-
tados su carácter y su reputación por su elección de compañías.
Uno busca la compañía de aquellos cuyos gustos, hábitos y prác-
ticas congenian con los suyos. El que prefiere la sociedad de los
ignorantes y viciosos a la de los sabios y buenos, demuestra que su
propio carácter es deficiente. Puede ser que al principio sus gustos
y hábitos sean completamente diferentes de los gustos y hábitos de
aquellos cuya compañía procura; pero a medida que trata con esta
clase, cambian sus pensamientos y sentimientos; sacrifica los buenos
principios, e insensible, aunque inevitablemente, desciende al nivel
de sus compañeros. Como un arroyo adquiere las propiedades del
suelo donde corre, los principios y hábitos de los jóvenes se tiñen
invariablemente del carácter de las compañías que tratan.
Debe enseñarse a los alumnos a resistir firmemente las seduccio-
nes del mal que les llegan por el trato con otros jóvenes. Rodeados
como están por las tentaciones, su única salvaguardia contra el mal
consiste en que Cristo more en ellos. Deben aprender a mirar conti-
nuamente a Jesús, a estudiar sus virtudes, a hacer de él su modelo
diario. Entonces la verdad, introducida en el santuario íntimo del
alma, santificará la vida. Debe enseñárseles a pesar sus acciones,
a razonar de causa a efecto, a medir la pérdida o ganancia eterna
que significa la vida dedicada a servir al propósito del enemigo o al
servicio de la justicia. Debe enseñárseles a elegir como compañeros
a los que dan evidencia de integridad de carácter, los que practican
la verdad bíblica. Por el trato con los que andan de acuerdo con los
buenos principios, aun los negligentes aprenderán a amar la justi-
cia. Y por la práctica del bien hacer, se creará en el corazón una
repugnancia por lo trivial, común y diferente de los principios de la
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Palabra de Dios.
La fuerza de carácter consiste en dos cosas: la fuerza de voluntad
y el dominio propio. Muchos jóvenes consideran equivocadamente
la pasión fuerte y sin control como fuerza de carácter; pero la verdad
es que el que es dominado por sus pasiones es un hombre débil. La
verdadera grandeza y nobleza del hombre se miden por su poder
de subyugar sus sentimientos, y no por el poder que tienen sus
sentimientos de subyugarlo a él. El hombre más fuerte es aquel que,