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La Educación Cristiana
al organismo, para que haya salud corporal y mental. Ha sido cos-
tumbre animar a los niños a asistir a la escuela cuando no son más
que bebés que necesitan el cuidado maternal. En edad tierna, se les
ve frecuentemente apiñados en salas de clases mal ventiladas, don-
de se sientan en posiciones incorrectas en bancos de construcción
deficiente; y como resultado, el delicado esqueleto de algunos se
deforma.
Las disposiciones y hábitos de la juventud se manifestarán con
toda probabilidad en la edad madura. Podéis doblar un árbol joven
dándole la forma que queráis y si permanece y se desarrolla como lo
habéis doblado, será un árbol deformado, testimonio constante del
daño y abuso recibidos de vuestras manos. Podéis, después de años
de desarrollo, intentar enderezarlo, pero todos vuestros esfuerzos
resultarán infructuosos. Será siempre un árbol torcido. Tal es el
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caso de las mentes de los jóvenes. Debiera enseñárseles cuidadosa
y tiernamente en la infancia, porque en su futuro seguirán el curso
en que se les encaminó en la juventud, sea debido o indebido. Los
hábitos formados entonces se arraigarán y vigorizarán al crecer y
adquirir fuerza el niño, y serán generalmente los mismos en la vida
ulterior, con la diferencia de que se fortalecerán constantemente.
Vivimos en una época en que casi todo es superficial. No hay
sino poca estabilidad y firmeza de carácter, porque la enseñanza y
educación de los niños desde la cuna es superficial. Sus caracte-
res están edificados sobre la arena movediza. No se han cultivado
en ellos el dominio propio y la abnegación. Han sido mimados y
complacidos hasta el punto de que son inútiles para la vida práctica.
El amor al placer gobierna las mentes, y los niños son halagados
y complacidos para su ruina. Se les debiera enseñar y educar de
modo que esperen las tentaciones y cuenten con encontrarse con
dificultades y peligros. Se les debiera enseñar a tener dominio de
sí mismos y a vencer con nobleza las dificultades. Y si ellos no se
precipitan voluntariamente al peligro ni se colocan innecesariamente
en el camino de la tentación, sino que rehuyen las malas influencias
y las asociaciones viciosas, y a pesar de eso se ven inevitablemente
obligados a estar en compañías peligrosas, tendrán fuerza de carác-
ter para mantenerse en lo justo y conservar los buenos principios, y
avanzarán en el poder de Dios con una moralidad sin tacha. Si los