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La educación apropiada
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jóvenes que han sido debidamente educados ponen su confianza en
Dios, sus facultades morales resistirán las pruebas más intensas.
Pero pocos padres se dan cuenta de que sus hijos son lo que su
ejemplo y disciplina han hecho de ellos, y de que son responsables
del carácter que desarrollen. Si el corazón de los padres cristianos
fuera obediente a la voluntad de Cristo, acatarían el mandato del
Maestro celestial que dijo: “Mas buscad primeramente el reino de
Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Si los que
profesan ser seguidores de Cristo quisieran hacer esto, darían, no
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únicamente a sus hijos, sino además al mundo incrédulo, ejemplos
que representarían con justicia la religión de la Biblia.
Si los padres cristianos vivieran obedientes a las demandas del
divino Maestro, conservarían la sencillez en el comer y vestir y vivi-
rían en mayor armonía con la ley natural. No dedicarían entonces
tanto tiempo a la vida artificial, creándose cuidados y responsabilida-
des que Cristo no puso sobre ellos, sino que les mandó positivamente
rehuir. Si el reino de Dios y su justicia fuesen el asunto de primera
y más importante consideración para los padres, muy poco tiempo
precioso se perdería en adornos exteriores innecesarios, en tanto que
la inteligencia de sus hijos es casi del todo descuidada. El tiempo
precioso que muchos padres ocupan en ataviar a sus hijos para que
se exhiban en sus diversiones, estaría mejor, mucho mejor, empleado
en cultivar sus propias inteligencias a fin de poder ser idóneos para
instruir adecuadamente a sus hijos. No es esencial para la salvación
o felicidad de estos padres que empleen el precioso tiempo de gra-
cia que Dios les ha dado como préstamo, en vestir, hacer visitas y
chismear.
Muchos padres alegan que tienen tanto que hacer que no dis-
ponen de tiempo para educarse y educar a los niños para la vida
práctica o enseñarles cómo llegar a ser corderos del rebaño de Cristo.
Nunca, hasta el ajuste final de cuentas, cuando los casos de todos
sean decididos y los actos de toda nuestra vida se descubran ante
nuestra vista en la presencia de Dios, del Cordero y de todos los san-
tos ángeles, comprenderán los padres el valor casi infinito del tiempo
que han derrochado. Muchísimos verán entonces que su proceder
incorrecto ha determinado el destino de sus hijos. No solamente
dejan de recibir las palabras de aprobación del Rey de gloria: “Bien,
buen siervo y fiel, ... entra en el gozo de tu Señor”, sino que oyen