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La Educación Cristiana
pronunciar sobre sus hijos la terrible declaración: “¡Apartaos!” con
lo cual quedan separados para siempre de los goces y las glorias del
cielo y de la presencia de Cristo. Y ellos mismos reciben también
la acusación: “¡Apártate! malo y negligente siervo”. Jesús no dirá
[24]
nunca “Bien hecho” a aquellos que no han ganado el “bien hecho”
por sus fieles vidas de abnegación y sacrificio en bien de otros y para
acrecentar la gloria de su Salvador. Los que viven principalmente
para complacerse a sí mismos en vez de hacer bien a otros, tendrán
que hacer frente a una pérdida infinita.
Si se pudiera hacer sentir a los padres la terrible responsabilidad
que descansa sobre ellos en la obra de educar a sus hijos, dedicarían
más tiempo a la oración y menos a la ostentación innecesaria. Re-
flexionarían, estudiarían y orarían fervientemente a Dios en busca
de sabiduría y ayuda divina, para enseñar a sus hijos de manera que
puedan desarrollar caracteres que Dios aprobará. Su ansiedad no
sería la de saber cómo educar a sus hijos para que sean alabados y
honrados por el mundo, sino para formar caracteres hermosos que
Dios pueda aprobar.
Se necesitan mucho estudio y oración ferviente en procura de
sabiduría celestial para saber cómo tratar con las mentes juveniles,
porque muchísimo depende de la dirección que los padres dan a
la inteligencia y la voluntad de sus hijos. Equilibrar sus mentes
de la manera debida y en el tiempo oportuno es una tarea de la
mayor importancia, por cuanto su destino eterno puede depender de
las decisiones hechas en algún momento crítico. ¡Cuánto importa,
entonces, que la mente de los padres esté tan libre como sea posible
de perplejidad y del cuidado abrumador de las cosas temporales
para que puedan pensar y obrar con tranquila reflexión, sabiduría y
amor y hacer de la salvación de sus hijos el objeto primordial! El
gran fin que los padres deben tratar de lograr para sus hijos es el
adorno interior. No han de consentir que las visitas y los extraños
reciban tanta atención que, robándoles el tiempo, que es el gran
capital de la vida, les haga imposible dar a sus hijos diariamente esa
instrucción paciente que deben recibir para encauzar debidamente
su inteligencia en formación.
Esta vida es demasiado corta para disiparla en vanas y frívolas
distracciones o en diversiones excitantes. No podemos consentir en
[25]
derrochar el tiempo que Dios nos ha dado para que seamos útiles