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La Educación Cristiana
diversiones. Las personas son inducidas a disipar el precioso tiempo
que debiera emplearse en el trabajo útil para sostener honradamen-
te a sus familias y mantenerse libres de deudas. La pasión por las
diversiones y el despilfarro de dinero en las carreras de caballos,
en las apuestas y en varias cosas por el estilo, están aumentando la
pobreza del país y ahondando la miseria, que es el resultado seguro
de esta clase de educación.
Nunca podrá darse la debida educación a los jóvenes en este
país o en otro cualquiera, a menos que estén separados por una larga
distancia de las ciudades. Las costumbres y las prácticas propias de
las ciudades inhabilitan la mente de los jóvenes para la entrada de la
verdad. El beber licores, el fumar y jugar, las carreras de caballos, el
ir al teatro, la gran importancia atribuida a los días de fiesta, todo ello
es una especie de idolatría, un sacrificio sobre el altar de los ídolos.
Si las personas asisten concienzudamente a sus negocios legítimos
en días de fiesta se las considera como miserables y antipatriotas. El
Señor no puede ser servido de esta manera. Los que multiplican los
días de placer y diversión están en realidad favoreciendo a los expen-
dedores de bebidas y quitando a los pobres los mismos recursos con
que habrían de comprar alimento y ropa para sus hijos, recursos que,
usados con economía, pronto proveerían de un hogar a sus familias.
Y no puedo más que mencionar de paso estos males.
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No es correcto el plan de situar los edificios escolares donde los
alumnos hayan de tener constantemente ante sus ojos las prácticas
erróneas que han estado amoldando su educación durante toda su
existencia, larga o corta. Esos días de fiesta, con todo su séquito de
mal, tienen por resultado veinte veces más miseria que bienestar.
En una proporción grande, la observancia de esos días es real-
mente compulsiva. Hasta personas que se han convertido de veras,
encuentran difícil romper con esas prácticas y costumbres. Si se
situaran los colegios en las ciudades o a pocos kilómetros de ellas,
sería más difícil contrarrestar la influencia de la educación anterior
recibida por los alumnos con respecto a esos días de fiesta y las
prácticas relacionadas con ellos, tales como las carreras de caballos,
el juego y la oferta de premios. La atmósfera misma de esas ciudades
está llena de un ponzoñoso ambiente. No se respeta la libertad de
acción individual; el tiempo de un hombre no se considera como
cosa realmente suya; se espera que proceda como los demás. Si se