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Trabajo y educación
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situase nuestro colegio en una de esas ciudades o a pocos kilóme-
tros de ella, habría en acción constante una influencia oponente a la
cual hacer frente y vencer. La consagración a las diversiones y la
observancia de tantos días feriados suministran gran ocupación a los
tribunales, a los funcionarios y los jueces, y acrecientan la pobreza
y la miseria, cosas éstas que no tienen por qué aumentar.
Todo esto es falsa educación. Encontraremos necesario estable-
cer nuestros colegios fuera y distantes de las ciudades, si bien no tan
lejos que no puedan estar en contacto con ellas, para hacerles bien y
permitir que la luz resplandezca en medio de las tinieblas morales.
Los alumnos tienen que ser colocados bajo las circunstancias más
favorables para contrarrestar en gran parte el efecto de la educación
que han recibido.
Familias enteras necesitan una transformación cabal en sus cos-
tumbres e ideas antes de que puedan ser verdaderos representantes
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de Jesucristo. Y en gran medida, los niños que hayan de recibir
educación en nuestras escuelas harán mucho mayor progreso si es-
tán separados del círculo familiar en que recibieron una educación
errónea. Podría ser necesario que algunas familias se situaran donde
puedan tener a sus hijos consigo y evitar gastos; pero en muchos
casos esto demostraría ser un impedimento más bien que una ben-
dición para sus hijos. La gente de este país aprecia tan poco la
importancia de los hábitos de laboriosidad, que los niños no son
educados para efectuar trabajo verdadero y diligente. Esto debe ser
parte de la educación dada a los jóvenes.
Dios proporcionó ocupación a Adán y Eva. El Edén fué la es-
cuela de nuestros primeros padres y Dios su instructor. Aprendieron
a labrar la tierra y a cuidar de las cosas que el Señor había plantado.
No consideraban el trabajo como cosa degradante, sino como una
gran bendición. El trabajo era un placer para ellos. La caída de Adán
cambió el orden de las cosas; la tierra fué maldita; empero el man-
dato de que el hombre se ganara el pan con el sudor de su frente no
fué dado como una maldición. Por medio de la fe y la esperanza, el
trabajo tenía que ser una bendición para los descendientes de Adán
y Eva. Dios no tuvo jamás el propósito de que el hombre no tuviera
nada que hacer. Pero cuanto mayor y más profunda es la maldición
del pecado, tanto más se altera el orden establecido por Dios. La
carga del trabajo reposa pesadamente sobre una clase determinada,