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La educación apropiada
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Algunas jóvenes quieren leer novelas, excusándose de no hacer
trabajo activo debido a que son delicadas de salud. Su debilidad es
consecuencia de la falta de ejercicio de los músculos que Dios les dió.
Creen que son demasiado débiles para hacer el trabajo doméstico; y
sin embargo, hacen crochet y encaje y conservan la delicada palidez
de las manos y el rostro, en tanto que sus madres, agobiadas de
cuidados, trabajan penosamente para lavar y planchar sus vestidos.
Estas jóvenes no son cristianas porque violan el quinto mandamiento.
No honran a sus padres. Pero la madre lleva la mayor culpa. Ha
mimado a sus hijas y las ha eximido de compartir los deberes de la
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casa, hasta que el trabajo ha llegado a serles desagradable y aman y
disfrutan una ociosidad enfermiza. Comen, duermen, leen novelas y
hablan de modas, al paso que sus vidas son inútiles.
La pobreza, en muchos casos, es una bendición, porque preserva
a los jóvenes y niños de arruinarse por la inacción. Las facultades
físicas tanto como las mentales debieran cultivarse y desarrollarse
debidamente. El primer y constante cuidado de los padres debiera
ser el de ver que sus hijos tengan organismos firmes para que puedan
ser hombres y mujeres sanos. Es imposible lograr este objeto sin
ejercicio físico. Para su propia salud física y bien moral, se debiera
enseñar a los niños a trabajar, aun cuando no hubiese la necesidad
imperiosa de hacerlo. Si han de tener caracteres puros y virtuosos,
deben gozar de la disciplina de un trabajo bien regulado, que ponga
en actividad todos los músculos. La satisfacción que tendrán los
niños siendo útiles y ayudando abnegadamente a otros, será el placer
más saludable que jamás experimentarán. ¿Por qué debería privar la
riqueza a padres e hijos de esta gran bendición?
Padres, la inacción es la maldición más grande que haya recaído
sobre los jóvenes. No deberíais permitir a vuestras hijas que per-
manezcan en cama hasta tarde por la mañana, dejando que el sueño
disipe las preciosas horas que Dios les dió prestadas para dedicarlas
a los mejores fines y de las cuales tendrán que rendirle cuenta. La
madre causa un grave daño a sus hijas al llevar sola las cargas que
éstas debieran compartir con ella para su propio bien presente y
futuro. Muchos padres, al permitir que sus hijos sean indolentes y
satisfagan sus deseos de leer novelas, los inhabilitan para la vida
real. La lectura de cuentos y novelas es el mal más grande en que
puedan darse gusto los jóvenes. Las lectoras de novelas e historias