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              La Educación Cristiana
            
            
              cerrada, se inclina sobre su escritorio o mesa; el pecho se le contrae
            
            
              y se le aprietan los pulmones. No puede hacer aspiraciones plenas y
            
            
              profundas. Su cerebro está atareado hasta lo sumo, en tanto que su
            
            
              cuerpo está tan inactivo como si no hubiese uso para él. La sangre se
            
            
              le mueve lentamente en el organismo. Sus pies están fríos, su cabeza
            
            
              caliente. ¿Cómo puede tener salud semejante persona?
            
            
              Haga el estudiante regularmente ejercicio que le obligue a respi-
            
            
              rar profunda y plenamente, llevándole a los pulmones el aire puro y
            
            
              vigorizador del cielo, y será entonces un nuevo ser. No es tanto el
            
            
              estudio penoso lo que destruye la salud de los estudiantes, como su
            
            
              menosprecio de las leyes de la naturaleza.
            
            
              En las instituciones de enseñanza se debiera emplear a maestros
            
            
              expertos para instruir a las jóvenes en los misterios de la cocina. El
            
            
              conocimiento de los deberes domésticos es de incalculable valor
            
            
              para toda mujer. Hay familias sin cuento cuya felicidad queda arrui-
            
            
              [383]
            
            
              nada por la ineficiencia de la esposa y madre. No es tan importante
            
            
              que nuestras hijas aprendan pintura, trabajos de fantasía, música,
            
            
              ni siquiera la “raíz cúbica”, o las figuras de la retórica, como que
            
            
              aprendan a cortar, confeccionar y componer su propia ropa y a pre-
            
            
              parar el alimento en forma saludable y apetitosa. Cuando una niña
            
            
              tiene nueve o diez años de edad se debiera exigir de ella que tome
            
            
              sobre sí una parte de los deberes domésticos permanentemente, a
            
            
              medida que sea capaz, y se le debiera tener por responsable de la
            
            
              manera en que la desempeña. Fué un padre sabio aquel que, cuando
            
            
              le preguntaron lo que se proponía hacer con sus hijas respondió:
            
            
              “Me propongo hacerlas aprendizas de su excelente madre a fin de
            
            
              que aprendan el arte de aprovechar el tiempo y se preparen para
            
            
              ser esposas y madres, cabezas de familia y miembros útiles de la
            
            
              sociedad”.
            
            
              El lavar la ropa sobre la antigua tabla de fregar, barrer, quitar el
            
            
              polvo y una variedad de otros deberes de la cocina y el jardín, cons-
            
            
              tituirán un ejercicio valioso para las jóvenes. Un trabajo provechoso
            
            
              como éste debe ocupar el lugar del croquet, del arco, del baile y de
            
            
              otras diversiones que no benefician a nadie.
            
            
              Muchas damas, tenidas por bien educadas y graduadas con ho-
            
            
              nores en alguna institución de enseñanza, son vergonzosamente
            
            
              ignorantes en cuanto a los deberes prácticos de la vida. Carecen de
            
            
              las cualidades necesarias para el correcto manejo de la familia, cosa