Página 37 - La Educaci

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La educación apropiada
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en equilibrio, el trabajo y el estudio deberían estar unidos en las
escuelas.
Debieran haberse tomado medidas en las generaciones pasadas
para una obra educacional en mayor escala. Los colegios, debieran
haber tenido establecimientos agrícolas y fabriles, como también
maestros de economía doméstica; y una parte del tiempo diario
debiera haberse dedicado al trabajo, de modo que las facultades
físicas y mentales pudieran ejercitarse igualmente. Si las escuelas se
hubiesen establecido de acuerdo con el plan que hemos mencionado,
no habría ahora tantas mentes desequilibradas.
Dios preparó para Adán y Eva un jardín hermoso. Los proveyó de
cuanto exigían sus necesidades. Plantó para ellos árboles frutales de
toda especie. Con mano liberal los rodeó de sus mercedes. No habían
de marchitarse nunca los árboles para aprovechamiento y adorno y
las atrayentes flores que brotaban espontáneamente y crecían con
profusión a su alrededor. Adán y Eva eran ricos de verdad. Poseían
el Edén. Adán era señor en sus bellos dominios. Nadie puede discutir
el hecho de que fué rico. Mas Dios sabía que Adán no podría ser
feliz sin ocupación. Por tanto, le dió algo que hacer: debía cultivar
el huerto.
Los hombres y las mujeres de este degenerado siglo que poseen
una cuantiosa fortuna terrenal, la cual, en comparación con el paraíso
de belleza y riqueza dado al majestuoso Adán, es muy insignificante,
se creen eximidos del trabajo y enseñan a sus hijos a mirarlo co-
mo degradante. Esos padres acaudalados, por precepto y ejemplo,
enseñan a sus hijos que el dinero es lo que hace al caballero o a la
dama. Pero nuestro concepto del caballero y de la dama se mide
por su valía intelectual y moral. Dios no estima según el vestido.
La exhortación del inspirado apóstol Pedro es: “El adorno de las
cuales no sea exterior con encrespamiento del cabello, y atavío de
oro, ni en compostura de ropas; sino el hombre del corazón que está
encubierto, en incorruptible ornato de espíritu agradable y pacífico,
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lo cual es de grande estima delante de Dios”. Un espíritu manso y
pacífico es exaltado por encima del honor y las riquezas del mundo.
El Señor ilustra su estimación de los ricos mundanos, cuyas
almas se envanecen en virtud de sus posesiones terrenales, por medio
del hombre rico que demolió sus graneros y los edificó mayores para
tener donde guardar sus bienes. Olvidado de Dios dejó de reconocer