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Palabras a los estudiantes
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para que muriese por mí. El Hijo de Dios es mi Redentor”. “Pedid,
y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. “Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que
lo pidieren de él?”
Los jóvenes que empiezan y prosiguen la vida escolar con el
verdadero objeto en vista, no se sentirán nostálgicos o desilusio-
nados. No estarán intranquilos e incómodos sin saber qué hacer
consigo mismos. Hallarán en el Omnipotente un ayudador. Tendrán
un propósito en vista, y éste será el de ser hombres y mujeres de
principios, que alcancen la norma establecida por Dios, beneficien a
la humanidad y glorifiquen a Dios. No considerarán su vida escolar
como ocasión para buscar placeres, diversiones ociosas y extrava-
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gantes locuras, sino que se empeñarán en sacar el mayor provecho
de las oportunidades y privilegios que Dios les concede, de modo
que no chasqueen a sus padres y maestros o contristen a Dios y los
seres celestiales.
Solemne cosa es morir; pero cosa aún más solemne es vivir y
formar un carácter que nos habilite para ingresar en la escuela de
los celestes atrios en lo alto. Estamos viviendo en tierra enemiga, y
hemos de esperar dificultades y conflictos. Los jóvenes han de ser
capaces de soportar penalidades como buenos soldados de Jesucristo.
No es lo mejor que se haga su sendero perfectamente llano y fácil,
que se les suministre dinero y no se les enseñe a sentir la necesidad
de practicar la abnegación y la economía.
Cuando un joven llega a la conclusión de que necesita una edu-
cación, debiera considerar cuidadosamente cuál es el móvil que lo
lleva al colegio. Debiera preguntarse a sí mismo: ¿Cómo podría yo
emplear el tiempo mejor a fin de cosechar todo el beneficio posible
de mis oportunidades y privilegios? ¿He de ponerme toda la arma-
dura de Dios, la cual me ha sido provista por el don del unigénito
Hijo de Dios? ¿He de abrir mi corazón al Espíritu Santo a fin de
que se despierte cada una de las facultades y energías que Dios me
ha confiado? ¿Pertenezco a Cristo y estoy ocupado en su servicio?
¿Soy un dispensador de su gracia?
Aun cuando—según vuestro juicio humano—algunos de los que
profesan el cristianismo no estén a la altura de vuestro concepto
del carácter cristiano, no debierais contristar el corazón de Cristo