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La Educación Cristiana
sois grandemente favorecidos por el hecho de que se os ha estimado
de tan grande valía que Dios os ha hecho suyos pagando un rescate
infinito por vuestra libertad. Dice Jesús: “Yo no os llamo siervos, ...
mas os he llamado amigos”. Cuando apreciéis su maravilloso amor,
el amor y la gratitud serán en vuestro corazón como una emanación
de gozo.
No aceptéis la adulación, ni aun en vuestra vida religiosa. La
adulación es un arte por medio del cual Satanás está al acecho para
engañar al agente humano y hacerlo ensoberbecerse con elevados
conceptos de sí mismo. “Mirad que ninguno os engañe por filosofías
y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a
los elementos del mundo, y no según Cristo”. La adulación ha sido
el alimento con que se ha nutrido a muchos de nuestros jóvenes y
aquellos que los alabaron y adularon creyeron que procedían bien;
pero han hecho mal. La alabanza, la adulación y la indulgencia han
hecho más en el sentido de llevar almas preciosas a senderos falsos,
que cualquier otro arte inventado por Satanás.
La adulación forma parte del sistema del mundo; pero no del
de Cristo. Mediante la adulación, algunos pobres seres humanos,
llenos de flaquezas y enfermedades, llegan a creer que son eficientes
y meritorios y se ensoberbecen en su mente carnal. Se envenenan
con la idea de que poseen aptitudes que superan a las que en realidad
tienen, y en consecuencia se desequilibra su experiencia religiosa.
Perderán sus almas a menos que por la providencia de Dios se
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vuelvan de esos engaños, se conviertan y aprendan el A B C de la
religión en la escuela de Cristo.
Muchos jóvenes han hecho alarde de poseer aptitudes como
un don natural, cuando las aptitudes que creen tener sólo pueden
obtenerse por medio de diligente disciplina y cultura, aprendiendo
la mansedumbre y humildad de Cristo, creyéndose naturalmente
dotados, no consideran necesario entregarse a la tarea de dominar
sus lecciones, y antes de que se percaten, se hallan ligados por los
lazos de Satanás. Dios permite que sean atacados por el enemigo a fin
de que reconozcan su propia flaqueza. Se les permite cometer algún
evidente desatino, hundiéndoseles después en dolorosa humillación.
Pero cuando agonizan bajo el sentimiento de su propia debilidad, no
se les ha de juzgar con aspereza. Ese es el momento, por sobre todos
los demás, en que necesitan un consejero juicioso, un verdadero