Los jóvenes han de llevar responsabilidades
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zando las reformas instituidas por nosotros como pueblo, han pasado
ya el meridiano de la vida, y están decayendo en su fuerza física
y mental. Con la más profunda preocupación se puede preguntar:
¿Quiénes ocuparán sus puestos? ¿A quiénes serán confiados los
intereses vitales de la iglesia cuando caigan los actuales portaes-
tandartes? No podemos sino mirar ansiosamente a los jóvenes de
hoy como a quienes deben llevar las cargas y las responsabilidades.
Ellos deben reanudar la obra donde otros la dejan, y su conducta
determinará si la moralidad, la religión y la piedad vital prevalecerán,
o si la inmoralidad y la incredulidad corromperán y agostarán todo
lo valioso.
Los que tienen más edad deben enseñar a los jóvenes, por el
precepto y el ejemplo, a desempeñar los requerimientos que les hace
la sociedad y su Hacedor. Sobre estos jóvenes han de recaer graves
responsabilidades. La cuestión es: ¿Son ellos capaces de gobernarse
a sí mismos y mantenerse de pie en la pureza de la virilidad que
Dios les dió, aborreciendo todo lo que sepa a maldad?
Nunca antes hubo tanto en juego; nunca dependieron resultados
tan importantes de una generación, como de la que ahora entra en el
escenario de acción. Ni por un momento deben pensar los jóvenes
que pueden ocupar aceptablemente algún puesto de confianza sin
un buen carácter. Sería tan razonable esperar cosechar uvas de los
espinos, o higos de los cardos.
Un buen carácter debe construirse ladrillo tras ladrillo. Estas
características que habilitan a los jóvenes a trabajar con éxito en
la causa de Dios deben ser obtenidas por el ejercicio diligente de
sus facultades, por el aprovechamiento de toda ventaja que la Provi-
dencia les da, y relacionándose con la Fuente de toda sabiduría. No
deben quedar satisfechos con una norma baja. Tanto el carácter de
José como el de Daniel son buenos modelos para ellos, y en la vida
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del Salvador tienen un dechado perfecto.
A todos se da oportunidad de desarrollar el carácter. Todos pue-
den ocupar sus puestos señalados en el gran plan de Dios. El Señor
aceptó a Samuel desde su infancia porque su corazón era puro. Había
sido dado a Dios como ofrenda consagrada, y el Señor hizo de él un
conducto de luz. Si los jóvenes de hoy quieren consagrarse como
fué consagrado Samuel, el Señor los aceptará y los empleará en su
obra. Acerca de su vida podrán decir con el salmista: “Oh Dios,