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Capítulo 3—Cuidado con las imitaciones
Algunos estiman la asociación con hombres eruditos de más
valor que la comunión con el Dios del cielo. Las declaraciones de
los sabios se consideran de más valor que la sabiduría suprema re-
velada en la Palabra de Dios. Pero mientras la incredulidad levanta
orgullosamente su cabeza, el cielo contempla la vanidad y la insigni-
ficancia del razonamiento humano, porque el hombre es en sí mismo
vanidad. Todo el mérito, toda la dignidad moral, ha pertenecido a los
hombres simplemente por los méritos de Jesucristo y por ellos. ¿Qué
son, entonces, las especulaciones de las mentes más elevadas de los
más grandes hombres que vivieron alguna vez? No obstante, los
hombres colocan su raciocinio humano en oposición a la revelada
voluntad de Dios y presentan al mundo lo que ellos sostienen que es
una sabiduría más elevada que la del Eterno. En sus vanas imagina-
ciones, echarían por tierra la economía del cielo para satisfacer sus
propias inclinaciones y deseos.
El Dios excelso tiene una ley para regir su reino, y aquellos que
la pisotean hallarán un día que están sujetos a sus ordenanzas. El
remedio para la transgresión no ha de encontrarse declarando que
la ley está abolida. Abolir la ley sería deshonrarla y despreciar al
Legislador. La única salvación del transgresor de la ley se encuentra
en el Señor Jesucristo, por cuanto mediante la gracia y la expiación
del unigénito Hijo de Dios, el pecador puede salvarse y vindicarse
la ley. Los hombres que ante el mundo hacen gala de ser notables
especímenes de grandeza y al mismo tiempo pisotean la voluntad
revelada de Dios, recubren al hombre de honor y hablan de la per-
fección de la naturaleza. Pintan un cuadro hermosísimo, pero es una
ilusión, un engaño halagador; porque caminan alumbrándose con
las chispas de su propio fuego.
Los que presentan una doctrina contraria a la de la Biblia son
guiados por el gran apóstata que fué expulsado de los atrios de
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Dios. De él, antes de su caída, se escribió: “Tú echas el sello a la
proporción, lleno de sabiduría y acabado de hermosura. En Edén, en
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