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Capítulo 10—El verdadero ideal para nuestra
juventud
En virtud de un concepto erróneo de la verdadera naturaleza y objeto
de la educación, muchos han sido inducidos a serios y hasta fatales
errores. Se comete esa falta cuando se descuida la regulación del
corazón o el establecimiento de principios rectos al hacer esfuer-
zos para obtener cultura intelectual o cuando, en el ávido deseo de
ganancias temporales, se hace caso omiso de los intereses eternos.
Es justo que los jóvenes piensen en dar a sus facultades naturales
el máximo desarrollo. No quisiéramos restringir la educación para
la cual Dios no ha establecido límite. Pero nuestras conquistas no
tendrán valor alguno si no se emplean para honra de Dios y bien de
la humanidad. A menos que nuestro conocimiento sea el escalón
que nos permita llegar hasta los más elevados propósitos, no tendrá
valor alguno.
Se me ha presentado insistentemente la necesidad de establecer
escuelas cristianas. En las escuelas de hoy, se enseñan muchas cosas
que son más bien un obstáculo que un beneficio. Se necesitan es-
cuelas donde se haga de la Palabra de Dios la base de la educación.
Satanás es el gran enemigo de Dios y su designio constante es apar-
tar las almas de la lealtad que deben al Rey del cielo. Quisiera tener
disciplinadas las mentes de tal modo que los hombres y las mujeres
ejerciesen influencia en el sentido del error y la corrupción moral,
en vez de usar sus talentos en el servicio de Dios. Logra eficazmente
su objeto cuando, pervirtiendo sus ideas acerca de la educación,
consigue poner de su parte a los padres y los maestros; pues una
educación desacertada a menudo coloca la inteligencia en el sendero
de la incredulidad.
En muchas de las escuelas y colegios de hoy día, se enseñan
cuidadosamente y se explican de manera cabal las conclusiones a
que los sabios han llegado como resultado de sus investigaciones
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científicas, mientras se hace la evidente impresión de que si estos
eruditos están en lo cierto, la Biblia no puede tener razón. Se encu-
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