80
La Educación Cristiana
bren las espinas del escepticismo; se las disimula con la lozanía y
el verdor de la ciencia y la filosofía. El escepticismo es atrayente
para la mente humana. Los jóvenes ven en él una independencia
que cautiva su imaginación, y acaban por ser engañados. Satanás
triunfa: sucede conforme a su designio. Alimenta toda semilla de
duda sembrada en los corazones juveniles y bien pronto se recolecta
una abundante cosecha de incredulidad.
No podemos permitir que la mente de nuestros jóvenes se conta-
mine así, por cuanto debemos depender de ellos para llevar adelante
la obra del futuro. Deseamos para nuestra juventud algo más que la
oportunidad de educarse en las ciencias. La ciencia de la verdadera
educación es la verdad que ha de impresionarse tan hondamente
en el alma que no pueda ser borrada por el error que abunda por
doquier.
La Palabra de Dios debiera ocupar un lugar—el primero—en
todo sistema de educación. Como potencia educativa, es más valiosa
que los escritos de todos los filósofos de todos los siglos. En su
amplitud de estilo y temas hay algo capaz de interesar y educar la
mente y de ennoblecer todo interés. La luz de la revelación brilla
claramente en el lejano pasado donde los anales humanos no arrojan
ni un rayo de luz. Hay en ella poesía que ha causado la sorpresa
y admiración del mundo. En belleza que resplandece, en majestad
solemne y sublime, en conmovedora ternura, no ha sido igualada
por las producciones más brillantes del genio humano. Hay en ella
una sana lógica y una elocuencia llena de vehemencia. En ella hay,
como retratados, nobles actos de hombres nobles, ejemplos de virtud
privada y de honor público, lecciones de piedad y de pureza.
No hay en la vida situación alguna, no hay fase de la experien-
cia humana, para la cual no contenga la Biblia valiosa instrucción.
Gobernante y gobernado, amo y criado, comprador y vendedor, pres-
tador y prestatario, padre e hijo, maestro y discípulo: todos pueden
[83]
encontrar en ella lecciones de incalculable valor.
Pero, por sobre todo, la Palabra de Dios expone el plan de sal-
vación: muestra cómo el hombre pecador puede reconciliarse con
Dios; establece los grandes principios de la verdad y del deber que
debieran gobernar nuestra vida y nos promete el auxilio divino en
su observancia. Va más allá de esta vida fugaz, más allá de la breve
y turbia historia de nuestra humanidad. Abre ante nuestra vista el