Página 86 - La Educaci

Basic HTML Version

82
La Educación Cristiana
La sabiduría infinita expone ante nosotros las grandes lecciones
de la vida: las lecciones del deber y la felicidad. Con frecuencia
cuesta aprenderlas; pero sin ellas no podemos hacer verdaderos
progresos. Pueden costarnos esfuerzo, lágrimas y hasta agonía, pero
no hemos de vacilar ni desfallecer. Es en este mundo, en medio de
sus pruebas y tentaciones, donde tenemos que obtener la idoneidad
para estar en compañía de los ángeles puros y santos. Los que llegan
a preocuparse tanto con estudios de menor importancia que acaban
por dejar de aprender en la escuela de Cristo, están sufriendo una
pérdida infinita.
Toda facultad, todo atributo, con que el Creador ha dotado a los
hijos de los hombres ha de ser empleado para su gloria, y es en dicho
empleo donde se halla su ejercicio más puro, noble y dichoso. Los
principios del cielo debieran hacerse los principios supremos de la
vida y todo paso que se adelante en la adquisición de saber o en la
cultura de la inteligencia debiera ser un paso hacia la semejanza de
lo humano con lo divino.
A muchos de los que ponen a sus hijos en nuestras escuelas les
sobrevendrán fuertes tentaciones, debido a que quieren que éstos
obtengan lo que el mundo considera como educación más esencial.
[85]
Pero, ¿qué es lo que constituye la educación más esencial, a no ser
que sea la que se obtiene de aquel Libro que es el fundamento del
verdadero saber? Los que consideran como esencial el conocimiento
obtenido de acuerdo con la educación mundana, se equivocan mu-
cho, y esa equivocación los llevará a ser gobernados por opiniones
humanas y falibles.
Los que buscan la educación que el mundo tiene en tan alta
estima se van alejando gradualmente de los principios de la verdad,
hasta que llegan a estar educados como los mundanos. ¡A qué precio
han obtenido su educación! Se han alejado del Espíritu Santo de
Dios. Eligieron aceptar lo que el mundo llama saber en lugar de las
verdades que Dios ha entregado a los hombres por medio de sus
ministros, profetas y apóstoles.
Recae sobre los padres y las madres la responsabilidad de dar una
educación cristiana a los hijos que se les ha confiado. En ningún caso
han de permitir que los negocios de cualquier índole les absorban
el pensamiento, el tiempo y los talentos a tal punto que dejen a sus
hijos ir a la deriva hasta que se hallen separados grandemente de