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La Edificación del Carácter
¡Cuán poco comprendían ellos lo que significaba ese bautismo!
“A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo
con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi
derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para
quienes está preparado”.
Marcos 10:39, 40
.
El orgullo y la ambición reprobados
Jesús comprendía los motivos que impulsaron el pedido, y así
reprobó el orgullo y la ambición de los dos discípulos: “Sabéis que
los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean
de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así
entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros
será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será
siervo de todos. Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido,
sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.
Marcos
10:42-45
.
En una ocasión, Cristo envió mensajeros delante de él a una aldea
de los samaritanos, pidiendo a la gente que preparara alojamiento
para él y sus discípulos. Pero cuando el Salvador se acercó a la
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población, pareció querer seguir hacia Jerusalén. Esto suscitó la
enemistad de los samaritanos, y en lugar de enviar mensajeros para
invitarlo y aun urgirlo a que se detuviera con ellos, le retiraron
las cortesías que habrían dispensado a un caminante común. Jesús
nunca impuso su presencia a nadie, y los samaritanos perdieron la
bendición que les habría sido otorgada, si hubieran solicitado que
fuera su huésped.
Podemos maravillarnos de este trato descortés hacia la Majestad
del cielo; pero cuán frecuentemente somos nosotros, los que profe-
samos ser seguidores de Cristo, culpables de un descuido similar.
¿Le pedimos a Jesús que haga su morada en nuestros corazones y
en nuestros hogares? El está lleno de amor, de gracia, de bendición,
y está listo para concedernos estos dones; pero, a semejanza de los
samaritanos, muchas veces nos contentamos sin ellos.
Los discípulos estaban conscientes del propósito que Cristo
tenía de bendecir a los samaritanos con su presencia; cuando vieron
la frialdad, los celos, y la falta de respeto manifestados hacia su
Maestro, se llenaron de sorpresa e indignación. Santiago y Juan