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La Edificación del Carácter
Ninguna transigencia con el pecado
Juan gozó la bendición de la verdadera santificación. Pero no-
tad, el apóstol no pretende estar sin pecado; busca la perfección
al andar en la luz del rostro de Dios. Testifica que el hombre que
profesa conocer a Dios, y sin embargo quebranta la ley divina, da
un mentís a su profesión. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda
sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”.
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Juan 2:4
. En esta época que se jacta de liberalidad, estas palabras
son calificadas como fanatismo. Pero el apóstol enseña que aunque
debemos manifestar cortesía cristiana, estamos autorizados a llamar
al pecado y a los pecadores por sus nombres correctos, pues esto
es consecuente con la verdadera caridad. Aunque debemos amar
las almas por las cuales Cristo murió, y trabajar por su salvación,
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no debemos transigir con el pecado. No hemos de unirnos con la
rebelión, y llamar a esto caridad. Dios exige que su pueblo en esta
época del mundo se mantenga firme, como Juan en su tiempo, en
defensa de lo recto, en oposición a los errores destructores del alma.
No existe santificación sin obediencia
Me he encontrado con muchas personas que pretenden vivir sin
pecado. Pero cuando son probadas por la Palabra de Dios, resultan
ser transgresores abiertos de su santa ley. Las más claras evidencias
de la perpetuidad y de la fuerza rectora del cuarto mandamiento, no
resultaban suficientes para despertar la conciencia. No negaban los
requisitos de Dios, pero se aventuraban a excusarse en la transgre-
sión del sábado. Pretendían estar santificados, y servir a Dios todos
los días de la semana. Hay muchas personas, decían ellos, que no
guardan el sábado. Si los hombres estuvieran santificados, ninguna
condenación descansaría sobre ellos aun cuando no lo observaran.
Dios es demasiado misericordioso para castigarlos por no guardar
el séptimo día. Si observaran el sábado, serían considerados como
raros en la comunidad y no tendrían ninguna influencia en el mundo.
Y ellos deben estar sujetos a los poderes que gobiernan.
Una mujer de Nueva Hampshire presentó su testimonio en una
reunión pública, explicando que la gracia de Dios regía en su cora-
zón, y que ella pertenecía plenamente al Señor. Entonces expresó