Una vida de progreso constante
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Cristo brilló sobre Esteban con tal refulgencia, que aun sus enemigos
vieron su rostro brillar como el rostro de un ángel.
Si permitimos que nuestra mente se espacie más en Cristo y
en el mundo celestial, encontraremos un poderoso estímulo y un
sostén para pelear las batallas del Señor. El orgullo y el amor del
mundo perderán su poder mientras contemplamos las glorias de
aquella tierra mejor que tan pronto ha de ser nuestro hogar. Frente a
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la hermosura de Cristo, todas las atracciones terrenales parecerán de
poco valor.
Que nadie se imagine que sin fervoroso esfuerzo de su parte
podrá obtener la seguridad del amor de Dios. Cuando a la mente se
le ha permitido durante mucho tiempo espaciarse sólo en las cosas
terrenales, es difícil cambiar los hábitos del pensamiento. Lo que el
ojo ve y el oído escucha, demasiado a menudo atrae la atención y
absorbe el interés. Pero si queremos entrar en la ciudad de Dios, y
mirar a Jesús y su gloria, debemos acostumbrarnos a contemplarlo
con el ojo de la fe aquí. Las palabras y el carácter de Cristo deben
ser a menudo el tema de nuestro pensamiento y de nuestra conversa-
ción; y todos los días debería dedicarse un tiempo a la meditación
acompañada de oración sobre estos temas sagrados.
No silenciemos al espíritu
La santificación es una obra cotidiana. Que nadie se engañe
pensando que Dios perdonará y bendecirá a los que están pisoteando
uno de sus requerimientos. La comisión voluntaria de un pecado co-
nocido, silencia el testimonio del Espíritu, y separa el alma de Dios.
Cualquiera sea el éxtasis del sentimiento religioso, Jesús no puede
morar en el corazón que desobedece la ley divina. Dios honrará a
aquellos que lo honran.
“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para
obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis?”
Romanos
6:16
. Si cedemos a la ira, la concupiscencia, la codicia, el odio,
el egoísmo, o algún otro pecado, nos hacemos siervos del pecado.
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“Ningún siervo puede servir a dos señores”.
Lucas 16:13
. Si servi-
mos al pecado, no podemos servir a Cristo. El cristiano sentirá las
incitaciones del pecado, porque la carne codicia contra el Espíritu;
pero el Espíritu batalla contra la carne, manteniéndose en una lucha