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La Educación
Y habitare en el extremo del mar,
Aun allí me guiará tu mano,
Y me asirá tu diestra
“Tú has conocido mi sentarme
y mi levantarme.
Has entendido desde lejos mis pensamientos.
Has escudriñado mi andar y mi reposo,
y todos mis caminos te son conocidos,
pues aún no está la palabra en mi lengua
y ya tú, Jehová, la sabes toda.
Detrás y delante me rodeaste,
y sobre mí pusiste tu mano.
Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
¡alto es, no lo puedo comprender!
El Creador de todo fue el que ordenó la maravillosa adaptación
de los medios a su fin, del abastecimiento a la necesidad. Él fue
quien hizo provisión en el mundo material para suplir todo deseo
implantado por él mismo. Él fue quien creó el alma humana con
su capacidad de conocer y amar. Y él, por su propia naturaleza, no
puede dejar de satisfacer los anhelos del alma. Ningún principio
intangible, ninguna esencia impersonal o mera abstracción puede
saciar las necesidades y los anhelos de los seres humanos en esta
vida de lucha contra el pecado, el pesar y el dolor. No es suficiente
creer en la ley y en la fuerza, en cosas que no pueden tener piedad, y
que nunca oyen un pedido de ayuda. Necesitamos saber que existe
un brazo todopoderoso que nos puede sostener, de un Amigo infinito
que se compadece de nosotros. Necesitamos estrechar una mano
cálida y confiar en un corazón lleno de ternura. Y precisamente así
se ha revelado Dios en su Palabra.
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El que estudie profundamente los misterios de la naturaleza,
comprenderá plenamente su propia ignorancia y su debilidad. Com-
prenderá que hay profundidades y alturas que no puede alcanzar,
secretos que no puede penetrar, vastos campos de verdad que están
delante de él sin explorar. Estará dispuesto a decir con Newton: “Me
parece que yo mismo he sido como un niño que busca guijarros y
conchas a la orilla del mar, mientras el gran océano de la verdad se
hallaba inexplorado delante de mí”.