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Principios y métodos aplicables a los negocios
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mayordomos. Todo lo que tenemos es depósito suyo para que lo
usemos de acuerdo con sus indicaciones.
Esta obligación pesa sobre todo ser humano. Se aplica a toda la
gama de la actividad humana. Reconozcámoslo o no, somos mayor-
domos a quienes Dios ha otorgado talentos y capacidades, y nos ha
puesto en el mundo para llevar a cabo la obra que él nos ha asignado.
A todo ser humano se le confiere “su obra
la obra para la
cual lo capacitan sus aptitudes, la que dará como resultado la mayor
suma de bien para sí mismo y sus semejantes, y la mayor honra para
Dios.
De modo que nuestro negocio o vocación forma parte del gran
plan de Dios y, mientras se lleve a cabo de acuerdo con su voluntad,
él se responsabilizará de los resultados. Como “colaboradores de
Dios
la parte que nos toca es obedecer fielmente sus instruccio-
nes. No hay, por lo tanto, lugar para la preocupación y la ansiedad.
Se requieren diligencia, fidelidad, cuidado, economía y discreción.
Cada facultad debe emplearse hasta lo sumo. Pero no hemos de
poner nuestra confianza en el feliz resultado de nuestros esfuerzos,
sino en la promesa de Dios. La Palabra que alimentó a Israel en el
desierto, y mantuvo a Elías mientras prevalecía el hambre, tiene hoy
el mismo poder que entonces. “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué
comeremos, o qué beberemos? [...] Mas buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas
El que da a los hombres la facultad de obtener riquezas, ha unido
al don una obligación. Reclama una porción determinada de todo
lo que adquirimos. El diezmo pertenece al Señor. “Y el diezmo
de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los
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árboles”... “Y todo diezmo de vacas o de ovejas [...] será consagrado
a Jehová
La promesa hecha por Jacob en Betel, muestra lo que
abarca la obligación. “De todo lo que me dieres—dijo—, el diezmo
apartaré para ti
“Traed los diezmos al alfolí
es la orden de Dios. No se extien-
de ninguna invitación a la gratitud o generosidad. Es una cuestión
de simple honradez. El diezmo pertenece al Señor, y él nos ordena
que le devolvamos lo que le pertenece.
“Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado
fiel
Si la honradez es un principio esencial en los negocios, ¿no