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Poesía y canto
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David, en medio de las vicisitudes de su vida borrascosa, mante-
nía comunión con el cielo por medio del canto. Cuán dulcemente se
reflejan los episodios de su vida de muchacho pastor en las palabras:
“Jehová es mi pastor; nada me faltara.
En lugares de delicados pastos me hará descansar.
Junto a aguas de reposo me pastoreará [...].
Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento
Ya hombre, y como fugitivo que tenía que buscar refugio en las
rocas y las cuevas del desierto, escribió:
“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré;
Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,
En tierra seca y árida donde no hay aguas...
Porque has sido mi socorro,
Y así en la sombra de tus alas me regocijaré”.
“¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios,
Porque aún he de alabarle,
Salvación mía y, Dios mío”.
“¡Jehová es mi luz y mi salvación!
¿De quién temeré?
¡Jehová es la fortaleza de mi vida!
¿De quién he de atemorizarme?
La misma confianza respiran las palabras escritas cuando, como
rey destronado y sin corona, David huyó de Jerusalén a causa de la
rebelión de Absalón. Abatido por la pena y el cansancio producido
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por la fuga, se detuvo con sus compañeros junto al Jordán, para
descansar unas horas. Lo despertó la invitación a huir de inmediato.
El grupo de hombres, mujeres y niños debía cruzar el río profundo
y torrentoso, en la oscuridad; porque lo perseguían tenazmente las
fuerzas del hijo traidor.
En aquella hora de amarga prueba, David cantó: