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La Educación
esto le hubiera pertenecido para siempre. A través de los siglos eter-
nos, hubiera seguido adquiriendo nuevos tesoros de conocimiento,
descubriendo nuevos manantiales de felicidad y obteniendo concep-
tos cada vez más claros de la sabiduría, el poder y el amor de Dios.
Habría cumplido cada vez con más eficacia el objeto de su creación;
habría reflejado cada vez más la gloria del Creador.
Pero por su desobediencia perdió todo esto. El pecado mancilló y
casi borró la semejanza divina. Las facultades físicas del hombre se
debilitaron, su capacidad mental disminuyó, su visión espiritual se
oscureció. Quedó sujeto a la muerte. No obstante, la especie humana
no fue dejada sin esperanza. Con infinito amor y misericordia había
sido diseñado el plan de salvación y se le otorgó una vida de prueba.
La obra de la redención debía restaurar en el hombre la imagen de
su Hacedor, devolverlo a la perfección con que había sido creado,
promover el desarrollo del cuerpo, la mente y el alma, a fin de que se
llevara a cabo el propósito divino de su creación. Este es el objetivo
de la educación, el gran propósito de la vida.
El amor, base de la creación y de la redención, es el fundamento
de la verdadera educación. Esto se ve claramente en la ley que Dios
ha dado como guía de la vida. El primero y gran mandamiento es:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con todas tus fuerzas, y con toda tu mente
Amar al Ser infinito,
omnisciente, con todas las fuerzas, la mente y el corazón, significa
el desarrollo más elevado de todas las facultades. Significa que en
todo el ser—cuerpo, mente y alma—ha de ser restaurada la imagen
de Dios.
Semejante al primer mandamiento, es el segundo: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo
La ley de amor requiere la dedicación
del cuerpo, la mente y el alma al servicio de Dios y de nuestros
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semejantes. Y este servicio, a la vez que nos constituye en bendi-
ción para los demás, nos proporciona la más grande bendición. La
abnegación es la base de todo verdadero desarrollo. Por medio del
servicio abnegado, adquieren su máximo desarrollo todas nuestras
facultades. Llegamos a participar cada vez más plenamente de la na-
turaleza divina. Somos preparados para el cielo, porque lo recibimos
en nuestro corazón.
Puesto que Dios es la fuente de todo conocimiento verdadero,
el principal objetivo de la educación es, según hemos visto, dirigir