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La Educación
El maestro puede hacer mucho para combatir ese mal hábito,
maldición de la comunidad, el vecindario y el hogar: el hábito de
calumniar, contar chismes y criticar sin misericordia. No se deberían
escatimar los esfuerzos con este fin. Incúlquese en los alumnos
la idea de que este hábito revela falta de cultura, refinamiento y
verdadera bondad de corazón; incapacita a la persona, tanto para la
sociedad de los verdaderamente cultos y refinados de este mundo,
como para la relación con los santos en el cielo.
Nos horrorizamos al pensar en el caníbal que come con deleite la
carne caliente y temblorosa de su víctima, pero, ¿son los resultados
de esta costumbre más terribles que la agonía y la ruina causadas por
el hábito de tergiversar los motivos, manchar la reputación y disecar
el carácter? Aprendan los niños y también los jóvenes lo que Dios
dice acerca de estas cosas: “La muerte y la vida están en poder de la
lengua
En la Escritura los calumniadores aparecen junto a los “abo-
rrecedores de Dios”; los “inventores de males”, con los que son
“sin afecto natural, sin misericordia”, “llenos de envidia, homicidios,
contiendas, engaños y malignidades”. Es “juicio de Dios, que los
que practican tales cosas son dignos de muerte
Dios considera
ciudadano de Sion a aquel que “habla verdad en su corazón”; “el
que no calumnia con su lengua”, “ni admite reproche alguno contra
su vecino
La Palabra de Dios condena también el uso de frases insensatas
e interjecciones rayanas en la irreverencia. Condena los cumplidos
engañosos, los subterfugios, las exageraciones, las tergiversaciones
empleadas en los negocios, corrientes también en la vida social y en
el mundo comercial. “Pero sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; porque
lo que es más de esto, de mal procede
“Como el que enloquece,
y echa llamas y saetas y muerte, tal es el hombre que engaña a su
amigo, y dice: Ciertamente lo hice por broma
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Íntimamente ligada a la chismografía está la insinuación velada,
la disimulada indirecta por medio de la cual el corazón impuro trata
de sugerir el mal que no se atreve a expresar abiertamente. Se debe
enseñar a los jóvenes a evitar todo lo que se parezca a esta mala
costumbre, tal como evitarían la lepra.
Tal vez en el uso del lenguaje no haya error que ancianos y jó-
venes estén más dispuestos a justificar que las palabras apresuradas