Capítulo 29—El sábado
“Será una señal entre mí y vosotros para que sepáis que yo soy
Jehová”.
Ezequiel 20:20
.
El valor del sábado como medio de educación es inestimable.
Cualquier cosa que Dios nos pida, nos la devuelve enriquecida y
transfigurada con su propia gloria. El diezmo que pedía a Israel
era dedicado a conservar entre los seres humanos, en su gloriosa
belleza, el modelo de su templo en el cielo, la señal de su presencia
en la tierra. Del mismo modo, la porción de tiempo que pide nos es
devuelta con su nombre y su sello. Es “una señal—dice—, entre mí
y vosotros [...] para que sepáis que yo soy Jehová”; porque “en seis
días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que
en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el
día de reposo y lo santificó
El sábado es una señal del poder creador y redentor; señala a Dios
como fuente de vida y conocimiento; recuerda al hombre la gloria
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primitiva y así da testimonio del propósito de Dios de volvernos a
crear a su imagen.
El sábado y la familia fueron instituidos en el Edén, y en el
propósito de Dios están indisolublemente unidos. En ese día, más
que en cualquier otro, podemos vivir la vida del Edén. Era el plan
de Dios que los miembros de la familia se asociaran en el trabajo y
el estudio, en el culto y la recreación, el padre como sacerdote de su
casa, y él y la madre, como maestros y compañeros de sus hijos. Pero
los resultados del pecado, al modificar las condiciones de la vida,
han impedido, en extenso grado, esta asociación. Con frecuencia
ocurre que el padre apenas ve los rostros de sus hijos durante la
semana. Se encuentra casi totalmente privado de la oportunidad de
ser compañero de ellos e instruirlos. Pero el amor de Dios ha puesto
un límite a las exigencias del trabajo. En su día reserva a la familia
la oportunidad de tener comunión con él, con la naturaleza y con su
prójimo.
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