Página 227 - La Educaci

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La obra de la vida
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para los menos promisorios. Se cree que poca educación basta para
cumplir con las asignaciones comunes de la vida.
Pero, ¿quién es capaz de decidir entre un conjunto de niños cuál
de ellos ha de llevar las responsabilidades más importantes? ¡Cuán a
menudo se ha equivocado en esto el criterio humano! Recordemos
el caso de Samuel cuando fue enviado a ungir a uno de los hijos de
Isaí como rey de Israel. Desfilaron ante él siete jóvenes de aspecto
noble. Al contemplar al primero, de rasgos hermosos, formas bien
desarrolladas y porte principesco, el profeta exclamó: “¡De cierto
delante de Jehová está su ungido!” Pero Dios le dijo: “No mires a su
parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque
Jehová mira no lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que
está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”. De los siete,
el testimonio dado fue: “Jehová no ha elegido a estos
Y no se
permitió al profeta cumplir su misión hasta que llamaron a David,
que estaba cuidando el rebaño.
Los hermanos mayores, entre los cuales se encontraba el que
Samuel había elegido, no poseían las cualidades que Dios conside-
raba esenciales en un dirigente de su pueblo. Orgullosos, egoístas,
engreídos, fueron desechados para dar lugar al que consideraban
despectivamente, al que había conservado la sencillez y la sinceridad
de su juventud y que, aunque pequeño en su propio concepto, podía
ser educado por Dios para llevar las responsabilidades del reino. Del
mismo modo hoy, en más de un niño cuyos padres lo pasarían por
alto, Dios ve aptitudes superiores a las que se manifiestan en otros a
quienes se cree promisorios.
Y en cuanto a las posibilidades de la vida, ¿quién es capaz de
decidir cuál es grande y cuál pequeña? ¡Cuántos obreros que ocupan
lugares humildes en la vida, al crear factores de bendición para el
mundo, han logrado resultados que los reyes envidiarían!
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Reciba, pues, todo niño, educación para el más alto servicio.
“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu
mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno
y lo otro es igualmente bueno
El lugar indicado para nosotros en la vida lo determinan nuestras
aptitudes. No todos alcanzan el mismo desarrollo, ni hacen con igual
eficacia el mismo trabajo. Dios no espera que el hisopo adquiera
las proporciones del cedro, ni que el olivo alcance la altura de la