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Capítulo 34—La disciplina
“Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”.
2
Timoteo 4:2
.
Una de las primeras lecciones que necesita aprender el niño es
la obediencia. Se le debe enseñar a obedecer antes de que tenga
edad suficiente para razonar. El hábito debería establecerse mediante
un esfuerzo suave y persistente. De ese modo se pueden evitar,
esos conflictos posteriores entre la voluntad y la autoridad que tanto
influyen para crear desapego y amargura hacia los padres y maestros,
y con demasiada frecuencia resistencia a toda autoridad, humana y
divina.
El propósito de la disciplina es educar al niño para que se go-
bierne solo. Se le debería enseñar la confianza en sí mismo y el
dominio propio. Por lo tanto, tan pronto como sea capaz de com-
prender, se debería lograr que su razón esté de parte de la obediencia.
Procúrese, al tratarlo, que él vea que la obediencia es justa y razo-
nable. Ayúdesele a ver que todas las cosas están sujetas a leyes y
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que la desobediencia conduce, al fin, al desastre y el sufrimiento.
Cuando Dios prohíbe algo nos amonesta, en su amor, contra las
consecuencias de la desobediencia, a fin de salvarnos de daños y
pérdidas.
Hay que ayudar al niño a comprender que los padres y los maes-
tros son representantes de Dios, y que al actuar en armonía con él las
leyes que imponen en el hogar y en la escuela también son divinas.
Así como el niño debe obediencia a los padres y maestros, estos a
su vez han de prestar obediencia a Dios.
Tanto los padres como el maestro tienen que estudiar la forma
de orientar el desarrollo del niño sin estorbarlo mediante un control
inadecuado. Tan malo es el exceso de órdenes como la falta de
ellas. El esfuerzo por “quebrantar la voluntad” del niño es una gran
equivocación. No hay una mente que sea igual a otra. Aunque la
fuerza puede asegurar la sumisión aparente de algunos niños, el
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