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La Educación
El padre o el maestro que, por medio de esta instrucción, enseña
al niño a dominarse, será de mucha utilidad y siempre tendrá éxito.
Tal vez su obra no parezca muy provechosa al observador super-
ficial; tal vez no sea tan apreciada como la del que tiene la mente
y la voluntad del niño bajo el dominio de una autoridad absoluta;
pero los años venideros mostrarán el resultado del mejor método de
educación.
El educador sabio, al tratar con sus alumnos, procurará estimular
la confianza y fortalecer el sentido del honor. La confianza que se
tiene en los jóvenes y niños los beneficia. Muchos, hasta entre los
pequeños, poseen un elevado concepto del honor; todos desean ser
tratados con confianza y respeto y tienen derecho a ello. No debería
hacérseles sentir que no pueden salir o entrar sin que se los vigile.
La sospecha desmoraliza y produce los mismos males que trata de
impedir. En vez de vigilar continuamente, como si sospecharan el
mal, los maestros que están en contacto con sus alumnos se darán
cuenta de las actividades de una mente inquieta y pondrán en juego
influencias que contrarresten el mal. Hágase sentir a los jóvenes que
se les tiene confianza y pocos serán los que no traten de mostrarse
dignos de ella.
Es mejor pedir que ordenar
Según el mismo principio, es mejor pedir que ordenar; así se da
oportunidad a la persona a quien uno se dirige de mostrarse fiel a los
principios justos. Su obediencia es más bien resultado de su propia
decisión que de la obligación.
En todo lo posible, las reglas que rigen en el aula deberían
representar la voz de la escuela. Es necesario presentar de tal modo
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al alumno todo principio implícito en ellas, que se convenza de su
justicia. De ese modo se sentirá responsable de que se obedezcan
las leyes que él mismo ayudó a formular.
Las reglas no deberían ser muy numerosas, pero sí bien medita-
das; y una vez promulgadas, hay que aplicarlas. La mente aprende
a reconocer y adaptarse a todo lo que le resulte imposible de cam-
biar; por el contrario, la posibilidad de que haya lenidad despierta
el deseo, la esperanza y la incertidumbre, y los resultados son la
inquietud, la irritabilidad y la insubordinación.