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El conocimiento del bien y del mal
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entorpecieron sus facultades mentales y espirituales. Ya no pudo
apreciar el bien que Dios le había otorgado tan generosamente.
Adán y Eva habían escogido el conocimiento del mal, y si alguna
vez habían de recobrar la posición perdida, tenían que hacerlo en
las condiciones desfavorables que ellos mismos habían provocado.
Ya no habían de morar en el Edén, porque este, en su perfección, no
podía enseñarles las lecciones que les eran esenciales desde entonces.
Con indescriptible tristeza se despidieron del hermoso lugar, y fueron
a vivir en la tierra, sobre la cual descansaba la maldición del pecado.
Dios había dicho a Adán: “Por cuanto obedeciste a la voz de tu
mujer y comiste del árbol de que te mandé diciendo: “No comerás
de él”, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella
todos los días de tu vida, espinos y cardos te producirá y comerás
plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta
que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres
y al polvo volverás
Aunque la tierra estaba condenada por la maldición, la natura-
leza debía seguir siendo el libro de texto del hombre. Ya no podía
representar bondad solamente, porque el mal estaba presente en
todas partes y arruinaba la tierra, el mar y el aire con su contac-
to contaminador. Donde antes había estado escrito únicamente el
carácter de Dios, el conocimiento del bien, ahora estaba también
escrito el carácter de Satanás, el conocimiento del mal. El hombre
debía recibir amonestaciones de la naturaleza, que ahora revelaba
el conocimiento del bien y del mal, referentes a los resultados del
pecado.
En las flores marchitadas, y la caída de las hojas, Adán y su
compañera vieron los primeros signos de decadencia. Fue presentada
con vividez ante su mente la dura realidad de que todo ser viviente
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debía morir. Hasta el aire, del cual dependía su vida, llevaba los
gérmenes de la muerte.
También se les recordaba continuamente la pérdida de su do-
minio. Adán había sido rey de los seres inferiores, y mientras per-
maneció fiel a Dios, toda la naturaleza reconoció su gobierno, pero
cuando pecó, perdió su derecho al dominio. El espíritu de rebelión,
al cual él mismo había dado entrada, se extendió a toda la creación
animal. De ese modo, no solo la vida del hombre, sino la naturaleza
de las bestias, los árboles del bosque, el pasto del campo, hasta el