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La Educación
respondía el método de enseñanza de Dios. El que creó la mente y
ordenó sus leyes, dispuso su desarrollo de acuerdo con ellas. En el
hogar y el santuario, por medio de los elementos de la naturaleza
y el arte, en el trabajo y en las fiestas, en el edificio sagrado y la
piedra fundamental, por medio de métodos, ritos y símbolos innu-
merables, Dios dio a Israel lecciones que ilustraban sus principios
y conservaban el recuerdo de sus obras maravillosas. Entonces, al
levantarse una pregunta, la instrucción dada impresionaba la mente
y el corazón.
En las providencias tomadas para la educación del pueblo esco-
gido, se pone de manifiesto que la vida que tiene por centro a Dios
es una vida completa. Él provee los recursos para satisfacer toda
necesidad que ha implantado, y trata de desarrollar toda facultad
impartida.
Como Autor de toda belleza, y amante de lo hermoso, Dios pro-
veyó el medio de satisfacer en sus hijos el amor a lo bello. También
hizo provisión para sus necesidades sociales, para las relaciones bon-
dadosas y útiles que tanto hacen para cultivar la compasión, animar
y endulzar la vida.
Como medios de educación, las fiestas de Israel ocupaban un
lugar importante. En la vida común, la familia era escuela e iglesia,
y los padres eran los maestros, tanto en las cosas seculares como en
las religiosas. Pero tres veces al año se dedicaban algunos días al
intercambio social y al culto. Estas reuniones se celebraron primero
en Silo y luego en Jerusalén. Solo se exigía que estuvieran presentes
los padres y los hijos, pero nadie deseaba perder la oportunidad de
asistir y, siempre que era posible, todos los miembros de la casa
asistían, y junto con ellos, como participantes de su hospitalidad,
estaban el extranjero, el levita y el pobre.
El viaje a Jerusalén, hecho al sencillo estilo patriarcal, en medio
de la belleza de la estación primaveral, las riquezas del verano, o
la gloria y la madurez del otoño, era una delicia. Desde el anciano
canoso hasta el niñito, acudían todos con una ofrenda de gratitud
a encontrarse con Dios en su santa morada. Durante el viaje, los
niños hebreos oían el relato de los sucesos del pasado, las historias
que tanto a los jóvenes como a los viejos les gustaba recordar. Se
cantaban las canciones que habían animado a los que erraban por
el desierto. Se cantaban también los mandamientos de Dios que,