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La educación de Israel
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ligados a las benditas influencias de la naturaleza y a la bondadosa
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asociación humana, se fijaban para siempre en la memoria de más
de un niño o joven.
Las ceremonias presenciadas en Jerusalén, en relación con la
ceremonia pascual; la reunión de la noche, los hombres con los
lomos ceñidos, los pies calzados, el cayado en la mano, la comida
apresurada, el cordero, el pan sin levadura, las hierbas amargas, y el
relato hecho en medio de un solemne silencio, de la historia de la
aspersión de la sangre, el ángel que hería de muerte, y la imponente
partida de la tierra de cautiverio, eran de tal índole que agitaban la
imaginación e impresionaban el corazón.
La fiesta de las cabañas, de los tabernáculos o de las cosechas,
con sus ofrendas de la huerta y del campo, el acampar durante una
semana bajo enramadas, las reuniones sociales, el servicio recorda-
tivo sagrado, y la generosa hospitalidad hacia los obreros de Dios:
los levitas del santuario, y hacia sus hijos: el extranjero y el pobre,
elevaba todas las mentes en gratitud hacia Aquel que había coronado
el año con sus bondades, y cuyas huellas destilan abundancia.
Los israelitas devotos ocupaban así un mes entero del año. Era
un lapso libre de preocupaciones y trabajos, y casi enteramente
dedicado, en su sentido más verdadero, a los fines de la educación.
Al distribuir la herencia de su pueblo, Dios se propuso ense-
ñarle, y por medio de él, a las generaciones futuras, los principios
correctos referentes a la propiedad. La tierra de Canaán fue repartida
entre todo el pueblo, a excepción únicamente de los levitas, como
ministros del santuario. Aunque alguien vendiera, transitoriamente,
su posesión, no podía enajenar la herencia de sus hijos. En cualquier
momento en que estuviera en condición de hacerlo podía redimirla;
las deudas eran perdonadas cada siete años, y el año quincuagési-
mo, o de jubileo, toda propiedad volvía a su dueño original. De ese
modo la herencia de cada familia estaba asegurada y se proveía una
salvaguardia contra la pobreza o la riqueza extremas.
Por medio de la distribución de la tierra entre los miembros del
pueblo, Dios proveyó para ellos, igual que a los moradores del Edén,
la ocupación más favorable al desarrollo: El cuidado de las plantas
y los animales. Otra provisión para la educación fue la suspensión
de toda labor agrícola cada séptimo año, durante el cual se dejaba
abandonada la tierra, y sus productos espontáneos pertenecían al