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La Educación
oprimido, Moisés sacrificó los honores de Egipto. Entonces Dios se
encargó en un sentido especial de su educación.
Moisés no estaba aún preparado para la obra de su vida. Todavía
tenía que aprender a depender del poder divino. Había entendido
mal el propósito de Dios. Su esperanza era librar a Israel por la
fuerza de las armas. Para ello, lo arriesgó todo, y fracasó. Derrotado
y desalentado, se transformó en fugitivo y desterrado en un país
extraño.
En la universidad del desierto
Moisés pasó cuarenta años en los desiertos de Madián, como
pastor de ovejas. Aparentemente apartado para siempre de la misión
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de su vida, recibió la disciplina esencial para su realización. Me-
diante el dominio propio, debía obtener sabiduría para gobernar a
una multitud ignorante e indisciplinada. En el cuidado de las ovejas
y los tiernos corderitos, había de obtener la experiencia que iba a
convertirlo en un fiel y tolerante pastor de Israel. Para llegar a ser
representante de Dios, tenía que ser enseñado por él.
Las influencias que lo habían rodeado en Egipto, el afecto de su
madre adoptiva, su posición como nieto del rey, el lujo y el vicio
que atraían en mil formas distintas, el refinamiento, la sutileza y el
misticismo de una religión falsa, habían impresionado su mente y su
carácter. Todo esto desapareció en la austera sencillez del desierto.
En medio de la solemne majestad de la soledad de las montañas,
Moisés se encontró solo con Dios. Por todas partes estaba escrito el
nombre del Creador. Moisés parecía hallarse en su presencia, bajo la
sombra de su poder. Allí desapareció su engreimiento. En presencia
del Ser Infinito se dio cuenta de lo débil, deficiente y corto de visión
que es el hombre.
Allí obtuvo Moisés la fuerza que lo acompañó durante esos años
de su vida que estuvieron llenos de trabajos y preocupaciones: el
sentimiento de la presencia personal del Ser Divino. No solo vio a
través de los siglos que Cristo sería manifestado en la carne; vio
a Cristo acompañando a las huestes de Israel en todos sus viajes.
Cuando era mal comprendido o se tergiversaban sus palabras, cuando
tenía que aguantar reproches e insultos, hacer frente al peligro y a