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La Educación
poder, la comodidad y los placeres. La degeneración física, el sopor
mental y la muerte espiritual eran las características de la época.
A medida que las pasiones y los propósitos malos de los hombres
eliminaban a Dios de sus pensamientos, ese olvido los inclinaba
cada vez con más fuerza hacia el mal. El corazón que amaba el
pecado vestía con sus atributos a Dios, y este concepto fortalecía
el poder del pecado. Decididos a complacerse a sí mismos, los
hombres llegaron a considerar a Dios como semejante a ellos, es
decir, como un Ser cuya meta era la glorificación del yo, cuyas
exigencias respondían a su propio placer; un Ser que elevaba o
abatía a los seres humanos según estos contribuyeran a la realización
de su propósito egoísta, o lo obstruyesen. Las clases más bajas
consideraban que el Ser supremo difería poco de sus opresores, a
excepción de que los sobrepujaba en poder. Estas ideas le daban
su molde a toda manifestación religiosa. Cada una de ellas era un
sistema de extorsión. Los adoradores trataban de congraciarse con la
Deidad por medio de ofrendas y ceremonias, con el fin de asegurarse
su favor para el logro de sus propios fines. Una religión que no
ejercía poder sobre el corazón ni la conciencia, se reducía a una
serie de ceremonias, de las cuales el hombre se cansaba y deseaba
liberarse, a no ser por las ventajas que podía ofrecer. De ese modo el
mal al no ser refrenado aumentaba, mientras disminuían el aprecio
del bien y el deseo de practicarlo. Los hombres perdieron la imagen
de Dios y recibieron el sello del poder demoniaco que los dominaba.
Todo el mundo se iba convirtiendo en un sumidero de corrupción.
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Únicamente había una esperanza para la especie humana, y esta
era que se pusiera nueva levadura en esa masa de elementos discor-
dantes y corruptos; que se introdujera en la humanidad el poder de
una vida nueva; que se restaurara en el mundo el conocimiento de
Dios.
Cristo vino para restaurar ese conocimiento. Vino para poner a
un lado la enseñanza falsa mediante la cual los que decían conocer a
Dios lo habían desfigurado. Vino a manifestar la naturaleza de su
ley, a revelar en su carácter la belleza de la santidad.
Cristo vino al mundo con el amor acumulado de toda la eterni-
dad. Al eliminar las exigencias que hacían gravosa la ley de Dios,
demostró que es una ley de amor, una expresión de la bondad divina.
Demostró que la obediencia a sus principios entraña la felicidad