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El maestro enviado por Dios
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hombres sumidos en el sufrimiento y la degradación, Cristo percibió
que, donde nada más se veía desesperación y ruina, había motivos
de esperanza. Dondequiera existiera una sensación de necesidad, él
veía una oportunidad de restauración. Respondía a las almas tenta-
das, derrotadas, que se sentían perdidas, a punto de perecer, no con
acusación, sino con bendición.
Las bienaventuranzas constituyeron su saludo para toda la fami-
lia humana. Al contemplar la gran multitud reunida para escuchar
el Sermón del Monte, pareció olvidar por el momento que no se
hallaba en el cielo, y usó el saludo familiar del mundo de la luz.
De sus labios brotaron bendiciones como de un manantial por largo
tiempo obstruido.
Apartándose de los ambiciosos y engreídos favoritos de este
mundo, declaró que serían bendecidos los que, aunque fuera grande
su necesidad, recibieran su luz y su amor. Tendió sus brazos a los
pobres en espíritu, afligidos, perseguidos, diciendo: “Venid a mí [...]
y yo os haré descansar
En todo ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los
hombres según podrían ser transformados por su gracia, en “la luz
de Jehová nuestro Dios
Al mirarlos con esperanza, inspiraba es-
peranza. Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza. Al revelar
en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y
la fe de obtenerlo. En su presencia, las almas despreciadas y caídas
se percataban de que todavía eran seres humanos, y anhelaban de-
mostrar que eran dignas de su consideración. En más de un corazón
que parecía muerto a todas las cosas santas, se despertaron nuevos
impulsos. A más de un desesperado se presentó la posibilidad de
una nueva vida.
Cristo ligaba a los hombres a su corazón con lazos de amor y
devoción, y con los mismos lazos los ligaba a sus semejantes. Con
él, el amor era vida y la vida servicio. “De gracia recibisteis dijo,
dad de gracia
No tan solo en la cruz se sacrificó Cristo por la humanidad.
Cuando “anduvo haciendo bienes
su experiencia cotidiana era
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un derramamiento de su vida. Únicamente de un modo se podía
sostener semejante vida. Jesús vivió dependiendo de Dios y de su
comunión con él. Los hombres acuden de vez en cuando al lugar
secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente; permanecen