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Una ilustración de los métodos de Cristo
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El poder transformador de Cristo
De los doce discípulos, cuatro iban a desempeñar una parte
importante, cada uno en su esfera. Previendo todo, Cristo les enseñó
para prepararlos. Santiago, destinado a morir pronto y decapitado;
Juan, su hermano, que por más tiempo seguiría a su Maestro en
trabajos y persecuciones; Pedro, el primero que derribaría barreras
seculares y enseñaría al mundo pagano; y Judas, que en el servicio
era capaz de sobrepasar a sus hermanos, y sin embargo abrigaba en
su alma propósitos cuyos frutos no vislumbraba. Estos fueron los
objetos de la mayor solicitud de Cristo, y los que recibieron su más
frecuente y cuidadosa instrucción.
Pedro, Santiago y Juan buscaban todas las oportunidades de po-
nerse en contacto íntimo con el Maestro, y su deseo les fue otorgado.
De los doce, la relación de ellos con el Maestro fue la más íntima.
Juan solamente podía hallar satisfacción en una intimidad aún más
estrecha, y la obtuvo. En ocasión de la primera entrevista junto al
Jordán, cuando Andrés, después de escuchar a Jesús, corrió a buscar
a su hermano, Juan permaneció quieto, extasiado en la meditación
de temas maravillosos. Siguió al Salvador siempre, como oidor ab-
sorto y ansioso. Sin embargo, el carácter de Juan no era perfecto.
No era un entusiasta y bondadoso soñador. Tanto él como su her-
mano recibieron el apodo de “hijos del trueno
Juan era orgulloso,
ambicioso, combativo; pero debajo de todo esto el Maestro divino
percibió un corazón ardiente, sincero, afectuoso. Jesús reprendió
su egoísmo, frustró sus ambiciones, probó su fe. Pero le reveló lo
que su alma anhelaba: La belleza de la santidad, su propio amor
transformador. “He manifestado tu nombre—dijo al Padre—a los
hombres que del mundo me diste
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Juan anhelaba amor, solidaridad y compañía. Se acercaba a Jesús,
se sentaba a su lado, se apoyaba en su pecho. Así como una flor
bebe del sol y del rocío, él bebía la luz y la vida divinas. Contempló
al Salvador con adoración y amor hasta que la semejanza a Cristo
y la comunión con él llegaron a constituir su único deseo, y en su
carácter se reflejó el carácter del Maestro.
“Mirad—dijo—cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos
llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque
no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se