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Una ilustración de los métodos de Cristo
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muerte
y Aquel que lee el corazón dio a Pedro el mensaje, poco
apreciado entonces, pero que en las tinieblas que iban a asentarse
pronto sobre Él sería un rayo de esperanza: “Simón, Simón, he aquí
Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he
rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus
hermanos
Cuando Pedro negó en la sala del tribunal que lo conocía; cuando
su amor y su lealtad, despertados por la mirada de compasión, amor
y pena del Salvador, le hicieron salir al huerto donde Cristo había
llorado y orado; cuando sus lágrimas de remordimiento cayeron
al suelo que había sido humedecido con las gotas de sangre de la
agonía del Señor, las palabras del Salvador: “Pero yo he rogado por
ti; [...] y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos”, fueron un
sostén para su alma. Cristo, aunque había previsto su pecado, no lo
había abandonado a la desesperación.
Si la mirada que Jesús le dirigió hubiera expresado condenación
en vez de lástima; si al predecir el pecado no hubiera hablado de
esperanza, ¡cuán densa habría sido la oscuridad que hubiera rodeado
a Pedro! ¡Cuán incontenible la desesperación de esa alma torturada!
En esa hora de angustia y aborrecimiento de sí mismo, ¿qué le
hubiera podido impedir que siguiera el camino de Judas?
El que en ese momento no podía evitar la angustia de su discípu-
lo, no lo dejó librado a la amargura. Su amor no falla ni abandona.
Los seres humanos, entregados al mal, se sienten inclinados a
tratar con mucha severidad a los tentados y a los que yerran. No
pueden leer el corazón, no conocen su lucha ni dolor. Necesitan
aprender a reprender con amor, a herir para sanar, a amonestar con
palabras de esperanza.
Cristo, después de su resurrección, no mencionó a Juan—el que
veló junto con el Salvador en la sala del tribunal, el que estuvo junto
a la cruz, y que fue el primero en llegar a la tumba—sino a Pedro.
“Decid a sus discípulos, y a Pedro—dijo el ángel—que él va delante
de vosotros a Galilea; allí le veréis
En ocasión de la última reunión de Cristo con los discípulos
junto al mar, Pedro, probado con la pregunta repetida tres veces:
“¿Me amas?
recuperó el lugar que ocupaba entre los doce. Se le
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asignó su obra: Tendría que apacentar el rebaño del Señor. Luego,
como última instrucción personal, Jesús le dijo: “¡Sígueme tú!