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además, otras lecciones. Cuando los doce fueron ordenados, los dis-
cípulos deseaban ardientemente que Judas formara parte del grupo,
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y habían considerado su llegada como un suceso promisorio para
el grupo apostólico. Había estado en contacto con el inundo más
que ellos; era un hombre de buenos modales, perspicaz, con capa-
cidad administrativa y, como él mismo tenía un elevado concepto
de sus propias cualidades, había inducido a los discípulos a que
tuvieran la misma opinión sobre él. Pero los métodos que deseaba
introducir en la obra de Cristo se basaban en principios mundanos,
y estaban de acuerdo con el proceder del mundo. Su fin era alcanzar
honores y reconocimientos mundanos, y el reino de este mundo. La
manifestación de esas ambiciones en la vida de Judas ayudó a los
discípulos a establecer el contraste que existe entre el principio del
engrandecimiento propio y el de la humildad y la abnegación de
Cristo, es decir, el principio del reino espiritual. En el destino de
Judas vieron el fin a que conduce el servicio de sí mismo.
Finalmente, la misión de Cristo cumplió su propósito con estos
discípulos. Poco a poco su ejemplo y sus lecciones de abnegación
amoldaron sus caracteres. Su muerte destruyó su esperanza de gran-
deza mundana. La caída de Pedro, la apostasía de Judas, su propio
fracaso al abandonar a Cristo cuando estaba en angustia y peligro,
hicieron desaparecer su confianza propia. Vieron su debilidad; vie-
ron algo de la grandeza de la obra que les había sido encomendada;
sintieron la necesidad de que el Maestro guiara cada uno de sus
pasos.
Sabían que ya no estaría con ellos su presencia personal, y re-
conocieron, como nunca antes, el valor de las oportunidades que
habían tenido al andar y hablar con el Enviado de Dios. No habían
apreciado ni comprendido muchas de sus lecciones en el momento
cuando se las había dado; anhelaban recordarlas, volver a oír sus
palabras. Con mucho gozo recordaban la promesa:
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Conso-
lador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”. “Todas
las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”. Y “el Con-
solador [...] a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará
todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho