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Lecciones de la vida
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Los padres y maestros deben proponerse cultivar de tal modo
las tendencias de los jóvenes que, en cada etapa de la vida, estos
representen la debida belleza de ese período, que se desarrollen
naturalmente, como lo hacen las plantas del jardín.
Los niñitos deben ser educados con sencillez infantil. Debe
enseñárseles a conformarse con los deberes simples y útiles y los
placeres e incidentes naturales a sus años. La niñez corresponde a la
hierba de la parábola, y la hierba tiene una belleza peculiar. No se
debería forzar en los niños el desarrollo de una madurez precoz, sino
que se debería tratar de conservar, tanto tiempo como fuera posible,
la frescura y la gracia de sus primeros años. Cuanto más tranquila y
sencilla sea la vida del niño, cuanto menos afectada por el estímulo
artificial y más en armonía con la naturaleza, más favorables será
para el desarrollo físico y mental, y la fuerza espiritual.
El milagro del Salvador, al alimentar a los cinco mil, ilustra
la obra del poder de Dios en la producción de la cosecha. Jesús
descorre el velo del mundo de la naturaleza, y revela la energía
creadora ejercida constantemente para nuestro bien. Al multiplicar
la semilla sembrada en el suelo, el que multiplicó los panes hace un
milagro todos los días.
Por medio de un milagro alimenta constantemente a millones
de personas con las cosechas de la tierra. Se llama a los hombres a
cooperar con él en el cuidado del grano y la preparación del pan, y
por este motivo pierden de vista al instrumento divino. Se atribuye
la obra de su poder a causas naturales o a medios humanos y, con de-
masiada frecuencia, se pervierten sus dones dándoles un uso egoísta
y convirtiéndolos así en una maldición en vez de una bendición.
Dios está procurando cambiar todo esto. Desea que nuestros senti-
dos entorpecidos se aviven para percibir su bondad misericordiosa,
que sus dones sean para nosotros la bendición que él se proponía
que fuesen.
La palabra de Dios, la transmisión de su vida, es lo que da vida
a la semilla y, al comer el grano, nos hacemos partícipes de esa
vida. Dios desea que comprendamos eso; quiere que aún al recibir
nuestro pan cotidiano, reconozcamos su intervención y alcancemos
una comunión más íntima con él.
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Según las leyes de Dios que rigen en la naturaleza, el efecto
sigue a la causa con invariable seguridad. La siega es un testimonio