Cristo, la revelación de Dios, 12 de enero
Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y
habéis creído que yo salí de Dios.
Juan 16:27
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Nos aterrorizamos cuando contemplamos la santidad y gloria del
Dios del universo pues sabemos que su justicia no le permitirá limpiar la
culpa. Pero no necesitamos permanecer en el terror pues Cristo vino al
mundo a revelar el carácter de Dios, a explicarnos su amor paternal para
sus hijos adoptivos. No hemos de estimar el carácter de Dios sólo por las
estupendas obras de la naturaleza sino por la sencilla y amante vida de
Jesús que presentó a Jehová como más misericordioso, más compasivo,
más tierno que nuestros padres terrenales.
Jesús presentó al Padre como a Uno a quien podemos darle nuestra
confianza y presentarle nuestras necesidades. Cuando nos aterrorizamos
ante Dios y estamos abrumados por el pensamiento de su gloria y majes-
tad, el Padre señala a Cristo como su representante. Lo que veis revelado
en Jesús, de ternura, compasión y amor, es el reflejo de los atributos del
Padre. La cruz del Calvario revela al hombre el amor de Dios. Cristo
representa al Soberano del universo como a un Dios de amor. Él dijo
por la boca del profeta: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te
prolongué mi misericordia”.
Tenemos acceso a Dios por los méritos del nombre de Cristo, y Dios
nos invita a llevarle nuestras pruebas y tentaciones; pues las entiende
todas. Él no quiere que nosotros derramemos nuestras quejas en oídos
humanos. Por la sangre de Cristo podemos llegarnos al trono de la
gracia, y hallar gracia para el oportuno socorro. Con seguridad podemos
allegarnos diciendo: “Mi aceptación es en el Amado”. “Por medio de él
los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”.
Como un padre terrenal anima a su hijo para que vaya a él siempre,
así el Señor nos anima a depositar ante él nuestras necesidades y perple-
jidades, nuestra gratitud y nuestro amor. Cada promesa es segura. Jesús
es nuestra Garantía y Mediador, y ha colocado a nuestra disposición
todos los recursos a fin de que podamos tener un carácter perfecto.—
The
Youth’s Instructor, 22 de septiembre de 1892
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