El círculo creciente del amor, 19 de julio
El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la
mujer con el marido.
1 Corintios 7:3
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Maridos y mujeres deberían considerar su privilegio y su deber el
reservar para su intimidad el intercambio de muestras de amor entre
ellos. Porque mientras la manifestación de amor del uno para el otro es
correcta en su lugar, puede hacer daño tanto a los casados como a los
que no lo son. Hay personas de una mente y un carácter completamente
diferente, con diferente educación y preparación, que se aman el uno al
otro tan devota y sanamente como los que se han educado a manifestar
libremente su afectividad; y existe el peligro que, por contraste, esas
personas que son más reservadas sean juzgadas mal y colocadas en
desventaja.
Mientras que la mujer debería buscar el apoyo de su esposo con
respeto y deferencia, puede, en forma sana y correcta, manifestar su gran
afecto y confianza en el hombre que ha elegido como compañero de la
vida...
Es el elevado privilegio y el solemne deber de los cristianos procurar-
se la felicidad mutua en su vida de casados; pero hay un peligro positivo
en hacer que el yo quiera absorberlo todo, derramando toda la riqueza
del afecto el uno sobre el otro, y en estar demasiado satisfechos con una
vida tal. Todo esto tiene sabor a egoísmo. En vez de limitar su amor y
simpatía a ellos mismos, deberían buscar toda oportunidad de contribuir
al bien de otros, distribuyendo la abundancia de afecto en un amor casto
y santificado, por las almas que a la vista de Dios son tan preciosas como
ellos mismos, habiendo sido compradas por el infinito sacrificio de su
Hijo unigénito. Palabras bondadosas, miradas de simpatía, expresiones
de aprecio serían para muchos que luchan y están solos como un vaso de
agua fría a un alma sedienta... Cada palabra o acto de abnegada bondad
hacia almas con las cuales entramos en contacto es una expresión del
amor que Jesús manifestó por toda la familia humana.—
Carta 76, 1894
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